Los primeros 45 minutos de clase

Título original: perfil de los que posiblemente no aprenderán otro idioma (parte 1)

La vida da vueltas.  Vivir en un sótano no estaba en mis planes, tampoco lo era trabajar dando clases de español tan lejos de la eterna primavera.  Trabajo con adultos que, por amor, negocios o deseos de aventura, invierten tiempo y dinero en aprender el idioma de Cervantes. Disfruto conociendo nuevas personas, sus historias, pero sobre todo descifrando (o adivinando) cómo procesan, almacenan y recuerdan la información que les doy.  Son un rompecabezas gigante que debo resolver en 45 minutos porque si no, no vuelven. La edad es un factor importante, con la edad se pierde rapidez para procesar, almacenar y para echar mano de esa información ya almacenada. También es cierto que a aquellas personas ya hablan un segundo idioma se les facilitará un tercero.  Igual de cierto es que para los que entienden cómo funciona su lengua materna, aprender otro idioma será menos… complicado.  Pero esto de la madurez lingüística (o trasfondo académico) es una arma de doble filo. Ya veréis por qué.  Llegado este punto debo hacer una aclaración: no soy maestra de español de profesión, sólo una maestra de vocación y siempre dispuesta a aprender.

Perfil de los que posiblemente no aprenderán otro idioma

Esto no tiene nada que ver con la inteligencia, sino con la capacidad de desenvolverse en un medio extraño.  Es verdad que la habilidad natural ayuda, pero no es determinante, como en otras tantas áreas de la vida. Pero la habilidad natural puede ayudar para aspectos como la pronunciación, pero la corrección viene con la práctica y la disciplina, como en otras tantas áreas de la vida.

Los que no se sobreponen a la frustración inicial del balbuceo

Creo que invierto más energía intentando reducir la frustración de mis estudiantes que dando contenido nuevo.  Ya sea por prejuicios hacia el español o por sus propias inseguridades, los adultos se frustran como niños.  Los niños tienen la ventaja de poder expresar su malestar con libertad y desconectar, mientras que los adultos deben mantener la compostura y la profesionalidad. El hecho de no poder comunicarse al mismo nivel y a la misma velocidad a la que lo harían en su lengua materna causa frustración.  Seguramente han olvidado que no nacieron sabiendo hablar así de bien, que fue un proceso de muchos años en el que intervinieron muchas personas. Algunos quieren hacer frases elegantes y complicadas, dar charlas sobre el sentido de la vida, o explicar las metáforas ocultas en el cine de autor, cuando ni siquiera entienden lo que el camarero les dice en una cafetería en Andalucía.

Quizás sea verdad que los adultos no tenemos tiempo para invertir en procesos, queremos resultados, y los queremos ya.

También es frustrante ver cómo cometes el mismo error una y otra vez. Y mira que lo sabes, hasta usas marcadores de colores para verlo bien, pero no funciona.  Bien dicen que el hombre es único animal que  tropieza dos veces con la misma piedra. Alguien escribió que los grandes hombres no aprenden idiomas, porque para hacerlo hay que pasar por estúpidos.  Y es cierto.  Hay que estar dispuesto a no entender, a que no todo el mundo sea amable y paciente mientras intentas formar una oración de tres palabras, a que se rían por tu pronunciación, en definitiva, a volver a tener dos años de edad (con la desventaja añadida de que nadie pensará que te ves adorable balbuceando).

Personalmente encuentro esa pérdida temporal del habla bastante enriquecedora, porque te obliga a usar toda la comunicación no verbal que usan los niños.  La amabilidad, generosidad y empatía se pueden transmitir perfectamente sin palabras, como los niños.

 

Contentamiento y el arca perdida

Ese día en el que alcanzas lo que quieres (o piensas que quieres), te acostumbras a ello sólo para darte cuenta de todo aquello que aún te falta.  Entonces trazas metas, objetivos y empiezan los planes para llegar a ese estado que dará sentido a tu vida. Un título universitario, el trabajo de tus sueños, el auto, el hombre o la mujer de tus sueños, la casa, los niños, la escuela, la universidad de los niños, la carrera de los niños, la jubilación, la casa para la jubilación… y así la lista es interminable.  Los pajaritos en la cabeza se interponen entre la verdadera felicidad y la satisfacción del corazón.

Puede que vivamos el momento, pero ¿disfrutamos del momento? La capacidad de disfrutar lo que somos, tenemos y hacemos ahora, sin dejar de proyectarnos hacia el futuro es lo que yo entiendo por contentamiento. El contentamiento no es conformismo ni dejadez, es poder mirar con satisfacción y gratitud lo que tengo ahora mismo y usarlo como trampolín para el mañana.  Es disfrutar lo que hago hoy porque estoy acumulando experiencia y conocimiento para el siguiente paso en mi carrera. Es sentirme cómodo con la persona en la que me he convertido, porque mañana seré un poco diferente.

El contentamiento no es ignorante, ni iluso; sabe perfectamente que siempre habrá alguien cuya vida parece mejor que la nuestra. Todos tenemos ese conocido, que publica su vida perfecta, y nos hace dudar de las decisiones que hemos tomado hasta ahora. Pero el contentamiento sabe que cada decisión y cada logro conlleva sacrificios. No importa qué se elija, siempre habrá que renunciar a algo, pero ¿qué es más valioso, lo que consigo o aquello a lo que renuncio?.  Contentamiento es aceptar de buena gana las consecuencias y renuncias de nuestras decisiones. El contentamiento no puede ser entonces, un sentimiento, sino una decisión; un estilo de vida. No se trata de perfección, sino de modelos realistas.   Un corazón que se haya decidido por el contentamiento, y se haya ejercitado en él, sabrá optimizar sus recursos, sacar provecho a lo que tiene y ser libre de falsas expectativas.  Necesitamos liberarnos del peso de la envidia y el remordimiento para volar más alto.  Ese es el reclamo de esa misteriosa disciplina llamada contentamiento.

Pero el contentamiento es el arca perdida de nuestros tiempos, ese tesoro del que todos hemos oído pero sólo los valientes han salido a buscarlo. Ya sea que busque el contentamiento o que decida no hacerlo, en ambos casos habrá consecuencias, ¿podré vivir con ellas? Esa es la cuestión.

«… he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener en abundancia; en todo y por todo estoy enseñado…» Fil. 4:11-12

Ecología y autoestima (parte 2)

Ser en lugar de sólo parecer.

Ser auténtico en lugar de parecer auténtico.  Ser “cool” en lugar de parecer “cool”. Ser elegante en lugar sólo parecerlo.  El problema es que parecer es mucho más fácil que ser.  Y es más fácil porque no hay que sacrificarse fortaleciendo el carácter, basta con aprender un par de trucos, un par de frases hechas y la nueva temporada la tienda X para conseguir la aceptación de los demás.  No somos lo que vestimos, no somos lo que tenemos, porque ya se sabe, la mona aunque se vista de seda… será una mona con estilo. Y lo peor es que no importa cuánto invirtamos, en tiempo y en dinero, siempre habrá algo que no tenemos, algo que nos gusta y que promete ser una inyección de adrenalina para el autoestima. Y así se nos pasa la vida y los euros, intentando que el autoestima se mantenga en niveles dignos, o por lo menos tolerables. Mientras tanto la sinceridad, generosidad, lealtad o compasión siguen siendo invisibles a los ojos materiales.

“Esto es un depósito de basura nueva” es la imagen se me vino a la mente cuando hacía cola para pagar en una tienda, toda esta ropa, cosas de casa y demás “chunches” (cosas no necesariamente útiles) que hay en esta tienda, más pronto que tarde terminarán rotas, desfasadas o alguien se aburrirá de ella.  “Todo esto es futura basura”

Vanidad de vanidades, dijo el predicador, todo es vanidad.

Disfrutar más y necesitar menos.

El día que disfrutemos más y nos sintamos cómodos con lo que nos hace únicos, ese día seremos felices.  El día que entendamos que lo que nos cubre no nos define como personas, ese día habremos madurado.

Disfrutemos conociendo a las personas, escuchando sus historias y entendiéndolas.  Escuchar es una virtud, acumular no.  El dominio propio es una virtud, el derroche no lo es. Y si no te gustaría que una empresa multinacional explotara a tu padre o a tu madre, ¿por qué aceptar que se aprovechen de los padres y madres de otras personas al otro lado del mundo?  Si la contaminación de los ríos de tu país te ofende, ¿por qué la contaminación de los ríos ajenos no te indigna?

El día que encontremos contentamiento con lo que somos en lugar de en lo que tenemos habremos progresado.  Contentamiento con lo mucho o lo poco, con lo nuevo o con lo antiguo, compartiendo en lugar de acumulando.

El contentamiento es una actitud del corazón, no un sentimiento.  Es más bien una decisión, al igual que el consumo responsable.  Cerrar los ojos ante las consecuencias reales de nuestro estilo de vida no alivia la situación.  Ojos que no ven, corazón que de igual forma sufrirá las consecuencias.

Ecología y autoestima

pensamos, existimos ergo blogueamos

El cambio de temporada, invierno primavera, es la oportunidad perfecta para darse cuenta de la cantidad de prendas que han vivido estos últimos cuatro meses sin que yo las echara de menos.  Es como una relación disfuncional, yo no las necesito, ellas no me buscan pero no ponemos fin a nuestra “no” relación.

Las preguntas son las misma todos los años: ¿en qué estaba pensando cuando acepté o compré toda esta ropa? Y ¿a dónde va a parar toda esta buena ropa que está en buen estado? Sería una pena que termine pudriéndose en algún vertedero, pero seguramente es lo que sucederá.

El verdadero problema.

Para producir un kilo de pantalones jeans se necesitan cientos de litros de agua.  Para crear el efecto envejecido en unos pantalones jeans se necesita arena de silicio, que resulta ser tóxica para los trabajadores (por no decir que para los consumidores también). Las fibras…

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No soy lo que parezco y otros crímenes medioambientales

El cambio de temporada, invierno primavera, es la oportunidad perfecta para darse cuenta de la cantidad de prendas que han vivido estos últimos cuatro meses sin que yo las echara de menos.  Es como una relación disfuncional, yo no las necesito, ellas no me buscan pero no ponemos fin a nuestra “no” relación.

Las preguntas son las misma todos los años: ¿en qué estaba pensando cuando acepté o compré toda esta ropa? Y ¿a dónde va a parar toda esta ropa que está en buen estado? Sería una pena que termine pudriéndose en algún vertedero, pero seguramente es lo que sucederá.

El verdadero problema.

Para producir un kilo de pantalones jeans se necesitan cientos de litros de agua.  Para crear el efecto envejecido en unos pantalones jeans se necesita arena de silicio, que resulta ser tóxica para los trabajadores (por no decir que para los consumidores también). Las fibras sintéticas que se mezclan con las naturales provienen del petróleo.  Se utilizan cada vez más terrenos fértiles para cultivar algodón en lugar de dedicarlo al cultivo de alimentos.  Los tintes con los que se da color a la ropa son tóxicos, y terminan contaminando ríos en países con una legislación laxa sobre el tema. La lista de “pecados” es extensa, pero creo que ya nos hacemos una idea sobre la gravedad del tema.

La verdadera pregunta.

Dado que los armarios son el hábitat perfecto para esos seres que prometen el cielo y la tierra cuando están exhibiéndose en una tienda, pero ahora parecen hacerse los desentendidos, mi pregunta es ¿cuál fue la verdadera motivación detrás de esa compra?

¿realmente lo necesitaba o fue un intento por mejorar un mal día? Tal vez pensé que esa prenda me ayudaría a impresionar a alguien, me haría parecer sofisticada e interesante…

Esa es la clave, parecer en lugar de ser.  Es más fácil parecer algo en lugar de serlo realmente. ¿Por qué necesitaba parecer? ¿acaso a mis allegados les molesta mis pantalones de segunda mano? Hasta ahora nunca se han quejado. Y si mis seres queridos no les importa mi ropa de segunda mano, ¿por qué me molesto en intentar impresionar a personas que ni me conocen ni les importo? Y en mi intento por mantener cierta apariencia, alimento la bien nutrida maquinaria de producción y consumo desmedidos. Esa que nos pasa y nos seguirá pasando facturas en forma de anomalías medioambientales, esclavitud disfrazada de precariedad laboral y compradores compulsivos cada vez más vacíos y pobres.

Continuará.