La transparencia como estilo de vida

Siempre he relacionado la palabra transparencia con temas políticos o de dinero.  Los políticos deben ser transparentes.  Las gestiones de los políticos o los banqueros deben ser transparentes.  Las finanzas de las iglesias deben ser transparentes.  Las políticas laborales de las empresas deben ser transparentes.  Creo que siempre he pensado en la transparencia como un ejercicio de las grandes multinacionales y los gobiernos.

Recientemente fui retada a pensar en la transparencia como algo personal, algo que yo, una simple mortal, podía aplicar a mi vida.  El reto vino de una chica que conocí hace un par de años.  Una chica preciosa, de enormes y expresivos ojos verdes, con un tipo de inteligencia (o madurez) que me resulta intrigante e incomprensible a partes iguales. El reto vino en forma de anuncio. A sus 21 años, mi compañera de babysitting, está luchando por su vida. Supongo que en medio del temor, la rabia o la ansiedad, tuvo un momento de claridad y tomó una decisión: ser transparente.  Su primer post estaba lleno de tranquilidad y confianza en Dios.  En su segundo post tuvo que admitir que esa confianza y serenidad no habían estado allí siempre.  Intentaba no parecer una heroína de la fe y espiritualidad, intentaba ser transparente.

Ser transparente implica ser vulnerable, mostrarnos al mundo como realmente somos, sin maquillaje ni frases aprendidas. Implica no esconder el dolor y el miedo.  A priori suena muy bonito el tema este de la sinceridad y transparencia, pero en el mundo real que muy pocas veces es posible.  Sabemos que no todo el mundo está preparado o dispuesto a tolerar nuestros altibajos.  No todos cuentan con verdaderos amigos que no se escandalizarán al ver lo peor de nosotros.  No faltarán los sabelotodo que tienen respuestas para todo, excepto para sus propias vidas.  Creo que la transparencia como estilo de vida es ideal, pero es un privilegio alcance de pocos.

¿Que pasaría si los padres fueran transparentes con sus hijos adolescentes, en lugar de sólo decir «porque lo digo yo»?  ¿qué se esconde detrás de un «porque lo digo yo»? ¿alguna mala experiencia, un error de juventud o una herida no sanada?  ¿que pasaría si cuando nos preguntan cómo estamos, respondemos sinceramente y decimos que estamos regular? ¿que pasaría si se me ocurre publicar mis dudas existenciales? ¿que pasaría si admito mis complejos? Seguramente encontraría personas que están en la misma situación, podría encontrar también personas que han estado en mi situación pero lo superaron, pero quizás la razón por la que nos rehusamos a ser transparentes es por el miedo a esas personas que van a venir y hacer la herida aún más grande.

Si hay alguien allí afuera, que tiene por lo menos una persona con la que puede ser transparente, y soltar por un rato su escudo y su espalda, dese por bendecido, porque un amigo de ese calibre no crece en los árboles.  Si no tenemos esa bendición, procuremos entonces convertirnos nosotros en esa persona para alguien más, porque «todo lo que el hombre sembrare, eso también cosechará».

Ernesto Sirolli

Este es uno de mis Teds favoritos.  Habla sobre la necesidad de escuchar antes hacer propuestas, sobre la necesidad de ser humildes y preguntar antes de salvar el mundo (es un poco lo que traté en mi último post: Seminario de comunicación intercultural) y sobre los jóvenes hoy, esta maravillosa generación que puede cambiar el mundo cambiar el mundo (post «la próxima generación»)

El Ted está en inglés, sin subtítulos, lo siento. Aún así, espero que lo disfrutéis tanto como yo 😉

Seminario sobre comunicación intercultural

La comunicación es una necesidad innata en el ser humano.  Fuimos creados con la necesidad de intercambiar información, opiniones, sentimientos, ideas y sueños, y todo lo que alma es capaz de producir. Mucho se ha dicho sobre la comunicación intercultural, y mucho queda por decir.  Hoy asistí a un seminario sobre el tema, que más que resolver mis dudas, alborotó algunas ideas y este es el resultado.

1. ¿Qué es la cultura? ¿qué queremos decir cuando nos referimos a alguien como una persona «con cultura»?.  Si tener cultura es sinónimo de ir a la ópera, leer libros en latín, o emocionarse con el arte moderno, entonces la cultura es un privilegio de poquísimos.  En cambio de la cultura es «un conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo» (www.rae.es) entonces todos tenemos cultura. Entonces, quizás, lo que llamamos cultura y sus derivados (culto o cultivado) es en realidad la expresión cultural de otros pueblos y otras épocas que todavía son tenidas en alta estima en la actualidad.

2. ¿Son inevitables los clichés? creo que sí.  Hasta la persona más madura de este planeta tendría que admitir que alguna vez elaboró un juicio a priori sobre alguna persona.  Creo que los clichés nos proveen información para comenzar a interactuar con otras personas, lo dañino es aferrarse a esa ilusión y no sustituirla por información real.

3. ¿Por qué es tan complicada la comunicación intercultural? porque requiere tiempo, mucho tiempo. Conocer las motivaciones, la esencia de una persona, o de una cultura es una tarea que toma mucho tiempo y requiere esfuerzo por ambas partes.  Lamentablemente, en esta sociedad de microondas en la que vivimos, no disponemos de tiempo.  Además estamos sobre expuestos a tantas posibles relaciones por medio de las redes sociales, que lo más fácil para todos es dedicarnos a ver fotos y darle al «me gusta».

4. La clave para una comunicación intercultural efectiva: escuchar.  Y escuchar también toma tiempo.

5. ¿Está la iglesia evangélica latinoamericana, lista para enfrentar un mundo multicultural? ¿Están sus líderes listos para cuidar y alimentar a una congregación multicultural?

6. Otra clave para la comunicación efectiva: la humildad. Humildad para aceptar que la sabiduría no está monopolizada por mi cultura o mi forma de ver el mundo.  Humildad para aprender de los demás y enriquecer nuestra existencia. Humildad para reconocer que hay éxito más allá de mis fronteras.  Humildad para que los demás desarrollen sus fortalezas aún cuando estén en mi territorio.

7. ¿Por dónde empezamos? al igual que la madurez lingüística ayuda al aprendizaje de otro idioma, la madurez emocional (individual y colectiva) será un referente en la comunicación intercultural.  No sólo se trata de hablar sobre comida o música, sino comprender las motivaciones intrínsecas, hechos históricos (personales o nacionales) relevantes, o patrones de conducta en nuestra cultura para comprender otras culturas. Es como retroceder a esa edad cuando nuestra pregunta favorita era ¿por qué…? Entraríamos entonces en ese proceso de cuestionarnos para conocernos, mejorar y conocer a los demás. Cuestionar sin malicia, sin avergonzar, sin esperar la destrucción del otro.

La próxima generación

Tengo dos alumnos adolescentes.  Con ellos lo que hago es repaso y aclaración de los temas que no quedan claros en clase. Me gusta hacerles preguntas sobre sus institutos, cómo son las clases, cómo les va a sus compañeros, ellos son, por así decirlo, mi termómetro de la sociedad.

Uno de ellos es una chica preciosa, de 15 años, de aspecto un poco desaliñado, pero se toma sus estudios muy enserio. Ella es para mí un recordatorio de que esa generación, la que me pisa los talones, saldrá de la universidad muy bien preparada. A nivel de idiomas, que es lo que más me interesa, ella a los 18 hablará alemán (lengua materna), inglés, francés y español (nivel B1-B2).  Lo que para ella es normal, para mí es una hazaña que conseguí a los… 33 años!!!  Que privilegio tan grande tienen ellos, y que responsabilidad al mismo tiempo.  Esto me ha dejado pensando que la educación no sólo es conocimientos aleatorios, sino tiempo.  Cuanto antes aprendas algo, más tiempo tienes para otras cosas, como adquirir experiencia. Comparada con mis padres, yo he conseguido más que ellos en menos tiempo, pero comparado con la próxima generación, y como dice el dicho, me va a llevar el río si no me actualizo.

El otro, es un chico muy dulce, en realidad lo único que he tenido que hacer con él es ayudarle a sentirse seguro de sí mismo.  Es verdad que tiene problemas de base, ha estado construyendo sobre una base defectuosa, y el precio ha sido la frustración. Pero más que repasar gramática, le he dejado expresar su frustración.  Una vez fuera esa frustración acumulada, su mente está lista para re aprender.  Sólo necesitaba tiempo (tiempo que a veces en las escuelas públicas no hay, porque el currículo es muy ambicioso) y un par de ejercicios tontos que le hicieran reír, y listo, ya puede disfrutar del verano.  Ambos chicos son hijos únicos, de familias de clase media.  Tienen todos los recursos a su disposición, viven en una sociedad privilegiada, pero también tienen sobre sus hombros una pesada carga de expectativas que no sé si están emocionalmente preparados para llevar.

Según mis termómetros, la próxima generación estará increíblemente preparada, pero algo insegura de sí misma.  Quizás un poco estresada, necesitarán alguien que les vuelva hacer reír.

Esperar, a veces sólo queda esperar.

Esa temida llamada telefónica que confirma que debo seguir esperando.  Y aunque en el fondo sabía la respuesta, una pequeña parte de mi alma se aferraba a la posibilidad de no entrar en este período de espera, otra vez. A pesar de haber estado en esta sala de espera muchas veces, no me termino de acostumbrar.  Quiero respuestas positivas, y las quiero ya. Quiero que todo vaya bien y sin baches en el camino. Quiero tantas cosas, y se a veces siento que se me pasa la vida esperando.  Esperar mientras la vida sigue.  Esperar con las manos atadas. Esperar mientras ves a los demás volar.  Esperar mientras lo que tanto temes toca a las puertas de tu vida.

Esperar. Esperar en fe y con gozo.  Esperar sin morderme las uñas.  Esperar sin hacer pagar a los demás por lecciones que son sólo para mí. Esperar siendo productiva y útil a pesar de ese sentimiento de inutilidad que me produce esperar. Esperar porque no hay otra opción.  Esperar porque mi Padre Celestial me acompaña en esta espera. Esperar con fe porque las cosas sólo escaparon de mi control, pero no del suyo.

«A ti miran los ojos de todos, y a su tiempo tú les das su alimento» (Sal. 145:15)

«Alzaré mis ojos a los montes,

¿de dónde vendrá mi socorro?

Mi socorro viene de Jehová

que hizo los cielos y la tierra»

Sal. 121:1-2

De regreso a la escuela

Las vacaciones escolares están a la vuelta de la esquina.  Las piscinas municipales están llenas por las tardes.  Los escolares, las familias y los amantes del calor aprovechan cada rayo de sol para tomar algo de «color».  El tema de las vacaciones es un buen tema de conversación en clase, todos hablan con entusiasmo sobreponiéndose al cansancio. Sin embargo para mí este año, no sólo no tendré vacaciones en los próximos meses, sino que he decidido volver a la escuela para perfeccionar el alemán.  Aún no estoy segura si lamentaré haberme inscrito en un curso de alemán los fines de semana de… prácticamente todo el verano.  No piscina, no terrazas, no cine de verano.  Ese es el panorama para las próximas semanas y yo lo decidí, no sé si en un arranque de productividad e interés en mi futuro o fruto de un mal día.

El caso es que el viernes comienzo mi octavo curso de alemán.  Y aunque cada me convenzo más de que nunca llegaré a dominar este idioma, al menos lo intento.  Creo que nunca había invertido tanto tiempo ni dinero en algo que ha dado tan pocos resultados, pero la perfeccionista en mí no me deja abandonar.  Mi madre dice «si crees que la educación cuesta, la ignorancia cuesta más». Por supuesto que la educación es un sacrificio. Sacrificas dinero que podrías utilizar en cosas que brindan satisfacción inmediata, sacrificas tiempo que podrías usar en muchas cosas válidas y legítimas, sacrificas un poco a familiares, amigos y otras relaciones importantes, sacrificas energías, porque al final de la semana (honestamente) lo último que quieres saber es de los verbos que van en dativo o en acusativo. Pero la ignorancia es una ladrona de oportunidades, sueños y futuro.

Vengo de una familia de recursos limitados, pero mis padres me enseñaron que cuando se trata de aprender, si se tiene la posibilidad, no hay que escatimar esfuerzos. Ellos me enseñaron que no estudiar algo en el presente, si tengo los medios y el tiempo, me robará el futuro.  Me enseñaron a no estudiar para el momento, sino para la vida.  La ley del mínimo esfuerzo estaba penada en casa.  Mis padres me enseñaron a no conformarme sin importar qué tanto haya conseguido en el pasado.  (Fil. 3:13-14)

Después de un año de pausa desde mi último curso, la semana pasada asistí por primera vez a un seminario para maestros.  En realidad me inscribí en este curso por pura insistencia de una colega, y por supuesto que no tenía ganas de pasar un sábado entero en un seminario de 8 horas intentando entender y darme a entender.  La experiencia fue positiva en todos los aspectos. Mi últimamente maltrecha autoestima salió reforzada, aparentemente no soy tan tonta como me sentía, pero de lo que más satisfecha estoy, es de no haber dejado al miedo y a la pereza ganar esta batalla.  Así que aquí voy otra vez, de regreso a la escuela, porque no quiero lamentar en el futuro esta oportunidad de oro que me es dada. Y aunque no sé cómo utilizaré esto en el futuro, al menos en el presente, decir que hablo alemán (más o menos), queda muy bonito en mi currículo.

«Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas» (Ec. 9.10)

Pd. Aún me quedan las tardes de los sábados libres, me gusta estudiar, pero no hay que exagerar.