De regreso a la escuela

Las vacaciones escolares están a la vuelta de la esquina.  Las piscinas municipales están llenas por las tardes.  Los escolares, las familias y los amantes del calor aprovechan cada rayo de sol para tomar algo de «color».  El tema de las vacaciones es un buen tema de conversación en clase, todos hablan con entusiasmo sobreponiéndose al cansancio. Sin embargo para mí este año, no sólo no tendré vacaciones en los próximos meses, sino que he decidido volver a la escuela para perfeccionar el alemán.  Aún no estoy segura si lamentaré haberme inscrito en un curso de alemán los fines de semana de… prácticamente todo el verano.  No piscina, no terrazas, no cine de verano.  Ese es el panorama para las próximas semanas y yo lo decidí, no sé si en un arranque de productividad e interés en mi futuro o fruto de un mal día.

El caso es que el viernes comienzo mi octavo curso de alemán.  Y aunque cada me convenzo más de que nunca llegaré a dominar este idioma, al menos lo intento.  Creo que nunca había invertido tanto tiempo ni dinero en algo que ha dado tan pocos resultados, pero la perfeccionista en mí no me deja abandonar.  Mi madre dice «si crees que la educación cuesta, la ignorancia cuesta más». Por supuesto que la educación es un sacrificio. Sacrificas dinero que podrías utilizar en cosas que brindan satisfacción inmediata, sacrificas tiempo que podrías usar en muchas cosas válidas y legítimas, sacrificas un poco a familiares, amigos y otras relaciones importantes, sacrificas energías, porque al final de la semana (honestamente) lo último que quieres saber es de los verbos que van en dativo o en acusativo. Pero la ignorancia es una ladrona de oportunidades, sueños y futuro.

Vengo de una familia de recursos limitados, pero mis padres me enseñaron que cuando se trata de aprender, si se tiene la posibilidad, no hay que escatimar esfuerzos. Ellos me enseñaron que no estudiar algo en el presente, si tengo los medios y el tiempo, me robará el futuro.  Me enseñaron a no estudiar para el momento, sino para la vida.  La ley del mínimo esfuerzo estaba penada en casa.  Mis padres me enseñaron a no conformarme sin importar qué tanto haya conseguido en el pasado.  (Fil. 3:13-14)

Después de un año de pausa desde mi último curso, la semana pasada asistí por primera vez a un seminario para maestros.  En realidad me inscribí en este curso por pura insistencia de una colega, y por supuesto que no tenía ganas de pasar un sábado entero en un seminario de 8 horas intentando entender y darme a entender.  La experiencia fue positiva en todos los aspectos. Mi últimamente maltrecha autoestima salió reforzada, aparentemente no soy tan tonta como me sentía, pero de lo que más satisfecha estoy, es de no haber dejado al miedo y a la pereza ganar esta batalla.  Así que aquí voy otra vez, de regreso a la escuela, porque no quiero lamentar en el futuro esta oportunidad de oro que me es dada. Y aunque no sé cómo utilizaré esto en el futuro, al menos en el presente, decir que hablo alemán (más o menos), queda muy bonito en mi currículo.

«Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas» (Ec. 9.10)

Pd. Aún me quedan las tardes de los sábados libres, me gusta estudiar, pero no hay que exagerar.

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