Esta semana la vida me ha dado un par de advertencias sobre mi futuro. Soy el último eslabón en esta cadena alimenticia y cualquier cambio en la economía puede dejarme en la calle. Hace un par de días, hablando con uno de mis jefes, de di cuenta de que él está preparándose para un posible cambio en el mercado de la enseñanza de idiomas. No pude evitar sentirme preocupada, por lo menos él tiene recursos para evitar el desastre, pero yo no tengo nada. Sentí miedo.
Hoy por casualidad terminé viendo una película (cursi a más no poder) sobre una chica terriblemente soñadora e idealista (que me recordó a la versión más ñoña de mí misma) que se enamora de un economista de lo más pragmático (y aburrido). El caso es que ella, perdida en su mundo lleno de libros y cosas bonitas, no era capaz de ver el riesgo a corto plazo que corría su negocio, hasta que su príncipe azul, disfrazado de economista, la salvó del desastre. Más allá de la bonita historia, la película me dejó el sabor del miedo en la boca. Miedo porque laboral y económicamente estoy indefensa, vivo a la intemperie y soy presa fácil de cualquier cambio en el sistema.
Vivimos en un mundo inestable, volátil. Todo puede pasar. Todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Sería una adulta irresponsable si no me preocupara por mi vida. Por eso no he dejado de estudiar, por eso voy a seminarios. Aun así debo admitir que no tengo control sobre mi futuro. Pero mi Padre Celestial sí lo tiene, y hasta ahora me ha demostrado que, combinando mis pequeños esfuerzos con sus recursos ilimitados, él cuida de mí y me da más de lo que imagino. Lo ha hecho desde el día en que nací, lo ha hecho durante más de tres décadas y lo seguirá haciendo.
A veces me siento como una niña de dos años que, como todos los niños de dos años, corre a los brazos de su madre cuando siente dolor o siente miedo. Con el Padre Celestial puedo hacer lo mismo, y puedo quedarme en sus brazos hasta me sienta mejor. Esta noche he decidido quedarme en sus brazos. Hasta mañana mundo.
En paz me acostaré y así mismo dormiré, porque sólo tú Jehová, me haces vivir confiado (Salmo 4:8)