Que Dios (tal vez) te bendiga

Esta frase tan gastada como malentendida inunda las redes sociales. Algunas veces se dice como amuleto, como si Dios bendijera me bendijera más porque un mortal (bien intencionado) así lo desea.   Desear la bendición de Dios no es un cheque en blanco para darle rienda suelta a todos mis (a veces no tan bien intencionados) deseos.  Dios no es una máquina expendedora que vende bendiciones y, si le echas más dinero u oraciones, te bendice más.  Algunas veces la frase se dice como deseando a la otra persona un sentido vago de bienestar (o sea, no sé muy bien que significa pero suena bonito, así que te lo deseo).  Otras veces se dice en un sentido bastante carnal (carnalmente bien intencionado), deseando que Dios conceda lo que tanto he deseado.  Necesitamos con urgencia revisar nuestra teología (esa que todos tenemos aunque no lo sepamos).

  1. Dios. Dios no es una máquina expendedora de bendiciones.  Dios no es una fuerza cósmica impersonal y poco inteligente que se dedica a dar a los mortales lo que desean.  Dios no es sobornable. Tampoco es un humano fluctuante en cuanto a afecto y planes de futuro.  Dios es un Padre que, igual que cualquier padre terrenal e imperfecto, ama a sus hijos independientemente de si ellos se lo piden o no. Dios ama a sus hijos porque está en su naturaleza, porque Dios es amor (1 Jn. 4:7-9). Dios también protege a sus hijos de sus propios deseos, igual que un padre terrenal. O ¿qué padre le daría a su hijo una serpiente cuando pide un pescado? Si nosotros siendo malos damos cosas buenas ¿por qué creemos que Dios no es bueno cuando no obtenemos lo que queremos? (Mt.7:11) La oferta de Dios para los que se atreven a confiar en él son ríos de agua viva en medio de las aflicciones (Jn. 7:38 y Jn. 13:33).  Una vida fácil, donde todos viven felices, comen perdices y tienen todo lo que está de moda, nunca ha sido la promesa de Dios para sus hijos. La promesa de Jesús a sus discípulos fue el Espíritu Santo (el Consolador), pero si todo en esta vida fuera un paseo por el campo ¿para qué entonces mandar a alguien que camine a nuestro lado y nos consuele? (Jn. 15:26).  El gozo del cristiano nace de la comprensión de que somos amados y deseados desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4) por un Padre sabio (Ro. 16.27) que sostiene todas las cosas (Hb. 1:3) incluyendo nuestro mundo con todos sus sueños y deseos sin filtrar.
  2. Bendiciones. No son una excusa para darle rienda al consumismo desenfrenado y egoísta.  No tienen como fin alimentar nuestro ego.  Podemos alcanzar metas y satisfacer nuestros deseos fruto de nuestro arduo trabajo, pero la bendición de Dios no añade consigo tristeza (Pr. 10:22) y responde a un propósito mayor que mi auto complacencia; se acopla al propósito del Reino (Lc. 11:2).  Benditos son aquellos que anuncian la paz (Ro. 10:15), lo que en estos tiempos no nos vendría mal, necesitamos mensajeros de la paz. Benditos son los obedientes (Dt. 28:2). No hay ningún pasaje en la Biblia que diga que Dios nos bendice con cuentagotas, de a pocos, como reteniendo algo para asegurarse de que vengamos a él para pedirle más.  Somos herederos con Cristo (Ro. 8:15) por lo tanto, si somos de Cristo, vivamos como herederos, confiando en las bendiciones abundantes, suficientes y buenas, así vengan disfrazadas de adversidad. Por último, no culpemos a Dios de retener sus bendiciones si en nuestra vida él está relegado a una esquina, como niño castigado.

Si queremos disfrutar bendiciones, debemos estar dispuestos a pagar el precio.  No podemos tener la leche sin pagar por la vaca.  Si pagamos el precio, Él hará todo lo que ha pensado mucho más abundantemente de lo que pensamos o entendemos (Ef. 3:20).  Si estás dispuesto a la rendición total, entonces que Dios te bendiga conforme a lo que él ha pensado para ti.

Rumores, mentiras y otros chismes

Soy el tipo de maestra de idiomas que debe ir a diferentes empresas y escuelas, lo que yo llamo, una maestra itinerante.  Nunca he tenido un trabajo con horarios «normales».  Pero en el fondo lo agradezco porque nunca he tenido que estar encerrada en un lugar 40 horas durante una semana entera.  Y en este ir y venir a veces frenético, intento sacar algún provecho personal más allá de una buena lectura en el tren. Observando las diferentes empresas en las que trabajo he llegado a un par de conclusiones, a continuación la primera de ellas.

Los Rumores. En general son inaceptables pero siempre tolerados.  Lo correcto sería decir que los rumores entorpecen el ambiente profesional de una empresa, pero en la práctica es imposible frenarlos o prohibirlos.  Son como una especie de pecado menor que rara vez se castiga. Hombres y mujeres incurren en ello por igual, y la cultura influye mucho en la rapidez con la que se propagan.  En culturas orientadas en la tarea, los rumores o chismes de carácter personal son menos frecuentes, no obstante existen.

En una empresa los rumores corren a diario.  Información de la empresa sale de boca de mis alumnos en forma de queja (quizás no tengan con quién desahogarse) y sin quererlo termina en mi clase.  El problema es que al quejarse, mis «niños» comparten información objetiva y subjetiva. Mis «niños» se sienten incomprendidos, subestimados, explotados hasta cierto punto, y eso es caldo de cultivo de todo tipo de rumores. Supongo que cuando la información no fluye correctamente y no es transparente… los maestros de idiomas terminamos haciendo de psicólogos. Y si algo he aprendido en estos años es que no hay sueldo que pague el estrés que genera un ambiente de trabajo tenso y lleno de intrigas.

Es increíble como la falta de transparencia puede afectar una familia, una empresa o un país.  El impacto que un pecado «menor» tiene, puede destruir una vida o hundir un imperio.  Tengo la impresión de que los rumores son un indicador sobre el grado de satisfacción de los empleados con el empleador, y sobre el carácter de todos ellos. Los rumores son el sucedáneo de una buena conversación franca y cordial, quizás por temor a que el interés de una de las partes predomine.  Todos sabemos hablar, pero comunicarnos y expresar ideas o sentimientos de forma civilizada, constructiva  y sin disparar antes de preguntar, muy pocos saben hacerlo.