Sigo siendo yo, pero mejorada

Lo irónico es que deseamos ser únicos, diferentes e intrépidos… y muchas veces terminamos  siendo igual a los demás.  Quizás se deba a que compramos los ideales de belleza y éxito en el mismo mercado global, ese que nos uniforma poniendo la misma ropa en más de 60 países.  Compramos (a muy bajo costo) los mismos ideales de belleza, éxito, amor o satisfacción. Vivimos en un mundo donde ser uno mismo no es garantía de aceptación.

Dice el dicho oriental que el clavo que más sobresale recibe más golpes. En occidente llamamos a este tipo de personas «revolucionarios» o «visionarios», y todos queremos serlo de alguna forma; el problema es que para serlo hay que pagar un precio.  Al contrario de lo que muchos piensan, el cristianismo alienta a sus seguidores a ser el clavo que sobresale, respeta la autenticidad del individuo, la acepta y mejora.  Si somos parte de la manada es porque queremos serlo, porque tenemos la libertad de ser únicos y originales, como siempre debió haber sido.

«Con Cristo he sido juntamente crucificado». Lo peor de mí misma fue colgado con Cristo en la cruz.  El sacrificio vicario del Salvador me libera de mis bajas pasiones.  Ya no vivo bajo el domino de la ira, la envidia o la ansiedad, porque todo eso ya no es parte de mí. La vergüenza que alguna vez he podido sentir, la sed de venganza, la desesperación, todo fue colgado en aquel madero. Mis dolores ya fueron llevados y no tengo por qué vivir con ellos (Is. 53;4.5)

«Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí…» Partiendo del punto de que estamos hechos a imagen del Creador, y habiendo aceptado el sacrificio del Cristo en la cruz, la mejor versión de mí misma es posible cuando dejo ver la imagen de Cristo en mí.  La idea es reflejar el propósito de Dios al crearme, reflejar su imagen y aquello que me hace única y me fue dado por él.  Es como una ventana que debe limpiarse para poder apreciar la puesta de sol en una tarde de verano.  Es un ejercicio constante de transparencia, transparencia al hablar, al hacer, al administrar, al relacionarme con los demás, en cada área de mi vida.  Es dejar mis maravillosos planes en un segundo planes para optar a propósitos eternos.

«El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí»(Gál. 2:20). Por mí, con mis rarezas y virtudes.  Por mí, con o sin maquillaje,  introvertida o con ganas de socializar, con mi discalculia y con mi todo, porque soy hechura suya, creada en Cristo Jesús para buenas obras (Ef. 2:10). Me amó y me aceptó tal como soy, para transformarme y para que juntos seamos la única y mejor versión de la chica que vive en un sótano.

Gracias y hasta siempre dulce señora.

Sólo tuvimos un mes para prepararnos para el fatal desenlace, aún así no ha sido fácil. Cada uno lleva el dolor de como mejor puede. Los hay con rabia, los hay perdidos en un mar de lágrimas, y los hay un poco más callados de lo habitual.

Yo me quedé con ganas de decirle algo muy importante.  No se lo dije porque tenía la impresión de que se aferraba a la vida…  De cualquier forma me quedé con las ganas de darle las gracias por todo. Gracias por el valor y la entereza de tomar las riendas de la familia después de la muerte de su esposo.  Gracias por no dejar que el dolor la bloqueara.  Gracias por sus ideas frescas y emprendedoras al pasar de ama de casa a pequeña empresaria.  Gracias por enseñar a sus hijos en valor de la colaboración y la responsabilidad. Gracias por la entereza con la que aguantó los altibajos de la vida, aunque supongo que simplemente no tuvo opción.  Gracias por su templanza y auto control, por haber cuidado su lengua de hablar mal de los que se aprovechaban de usted.  Gracias por el contentamiento que la caracterizó en la necesidad y al estar satisfecha.  Nunca escuché ni una queja de usted, y no creo que no haya sido porque no tuviera motivos para quejarse. Nunca la escuché renegar de su suerte, ni detecté amargura en sus palabras.

Supo combinar la elegancia del silencio con la sabiduría de sus palabras.  Fue y sigue siendo un ejemplo de una mujer muy digna.  Gracias por ello. Su mano no se cerró al necesitado, su casa estuvo abierta para los forasteros, y sin necesidad de gritos se forjó una buena reputación entre sus conocidos.  Cuando las fuerzas la abandonaron se quedó en casa, aceptó que la cuidaran, sin exigencias, con su característica consideración hacia los demás.  Pero su corazón nunca perdió la sintonía con su Salvador.  Con su inseparable radito pasaba las tardes.  Nunca la escuché cantar, pero sé que disfrutaba la música, sobre todos los coros antiguos. Pero sobre todo, gracias por criar a un hombre formidable, ese al que yo llamo papá.

Gracias por todo y hasta pronto