Una utopía llamada integración multicultural (y en plena navidad)

A veces tengo la impresión de haber retrocedido en el tiempo y estar viviendo la época de las cruzadas, las guerras contra los infieles (aunque todavía no tengo claro quiénes son los fieles y quiénes los fieles). Paseando por la calle peatonal más grande de mi ciudad se puede ver el repertorio completo de colores de tez, se escuchan todos los acentos e idiomas posibles, todos afanados por cumplir con sus obligaciones navideñas, aunque no crean en la navidad (porque no todos creen en la navidad, pero en el consumismo creemos todos). ¿Será que realmente convivimos en paz, o desconfiamos con disimulo? O peor aún, tramamos odio y destrucción.

Y a todo esto, la iglesia de Cristo, los llamados cristianos, ¿habrá algo que podamos aportar? ¿Son nuestras iglesias un modelo realista de integración?  Estoy firmemente convencida de que Cristo quería que su idea de comunidad multicultural, no solo funcionara, sino que fuera un modelo para tiempos como estos. Y de todas las reglas para esta revolucionaria idea de comunidad multicultural, se me ocurren dos que son el pegamento y la base sobre la cual se construye la integración. La primera es la regla de oro: tratar a los demás como nos gusta que nos traten (Mateo 7:12). Si no me gusta que me engañen no voy a engañar.  Si no me gusta que me miren mal en el tren, no veré con desdén a nadie en ningún lugar.  Si quiero que me tengan paciencia en mis diarias y constantes luchas con este idioma que no es el mío, tendré paciencia con los que también luchan por comunicarse. Y esta regla tiene efecto retroactivo.  Así como alguien se tomó la molestia de enseñarme como funciona el transporte público en esta ciudad, yo puedo dar un poco de mi tiempo a alguien más. Así como Cristo me amó, cuando yo era enemiga suya, yo puedo amar a aquellos que me odian sin razón.  Así como Cristo planificó mi salvación con siglos de anticipación, yo puedo planificar concienzudamente la mejor forma ayudar a otros.

La segunda regla, más que una regla, es la síntesis de la historia de la humanidad: id por todo el mundo y predicad el evangelio (Mateo 18:19).  Las migraciones no empezaron  el año pasado. Las migraciones son tan antiguas como la guerra misma. Pero las migraciones son importantes para la iglesia porque traen gente nueva.  Después de haber probado una iglesia multicultural (más de 30 países representados) para mí sería difícil volver a una iglesia heterogénea. Somos una iglesia de paso, mucha gente está por tiempo limitado con nosotros, somos una estación en su viaje, no el final del trayecto.  Somos un río, no estanque. Debemos bendecir y ser bendecidos en tiempo récord.  La iglesia fue pensada para ser una comunidad dinámica y multicultural que no tiene tiempo para peleas internas o para burlas o exaltaciones nacionalistas, porque enfoca toda su fuerza y creatividad en predicar a Cristo.

Si como cristianos, en estos tiempos de odio e incomprensión, no pensamos en nuestras comunidades como un modelo o alternativa viable para la sociedad,  es probablemente porque hemos fracasado.  Amamos con amor imperfecto y parcial.  Nuestra doble moral está tan maquillada, que ya no parece pecaminosa.  Nuestras comunidades son más bien  estanques donde ni los patos quieren nadar.  Quizás no sea demasiado tarde, y sé de buena tinta que hay gente luchando por ser una alternativa ante tanta muerte.  Quizás aún estemos a tiempo, pero debemos volver a amar y a fluir cuanto antes.

Querido, amar no es sinónimo de necesitar.

Querido, Sabes que te aprecio, casi como a mi propio hermano, y por eso me duele ver cómo buscas el amor por atajos escabrosos, de los que nunca has salido bien parado.  Sabes que te harán daño, sabes que se aprovecharán de tu espíritu inocente, pero repites tu historia quizás por miedo a probar algo diferente.  Te dejas embaucar por gente que sólo busca tu ayuda, no tu amistad o una relación seria y estable.  Eres el amigo bombero que al final siempre termina solo.  Das lo mejor de ti, quizás esperando que así la gente quiera quedarse en tu vida, y aún así se van.

Querido, sabes que no soy una experta en temas del corazón.  Pero sé que quien te quiere, se queda contigo así solo tengas deudas.  Quien te respeta, lo hace aún sin de conocer tus hazañas, seas jefe o subordinado.  En la verdadera amistad no hay lugar para la extorsión, porque la amistad no se puede comprar.  Se da o no se da, pero no puedes ni debes forzarla ofreciendo favores.  El amor se queda contigo porque quiere quedarse, no porque necesita de ti.  No digo que nunca debes ayudar a nadie, ayuda siempre que puedas, pero sin esperar nada a cambio.  Pero quédate con quien te busque a pesar de no haber recibido nunca tu ayuda.  Responsabilízate de tus propios errores, y no de los errores ajenos, porque hechor y consentidor pecan por igual.  Nadie tiene derecho a doblegarte ante deudas que no son tuyas, y a quien utiliza los lazos familiares para hacerlo, no lo llames «familia» porque es un chantajista. Haz el bien, pero también aprende a decir «no» sin sentirte culpable. Aprende a cuidar de ti mismo primero para poder cuidar de los demás.

Sal de ese círculo vicioso que te corta las alas.  Sueña a lo grande, abraza tu futuro y en el camino encontrarás gente maravillosa que harán que te preguntes «¿por qué no hice esto antes?».  No temas a lo desconocido, no temas a los desconocidos.  Y no creas que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, porque no es cierto. Cambia de círculo, cambia de «amigos», muévete, evoluciona, porque a donde quiera que vayas tu Dios estará contigo.  No dejes que la culpa dicte tu destino. Crece y sé libre.