En teoría todos buscamos calidad y precio, pero la experiencia me dice que cada cultura se inclina hacia uno u otro lado de la balanza. Unos buscamos tener más por menos dinero, otros se conforman con menos, pagando más por cosas «indestructibles».
El caso es que este afán de acumular cosas, y en el afán que tienen otros de vendernos cosas, empujamos la producción y el consumo a límites peligrosos. Atrás quedaron los tiempos en los que los niños estrenaban ropa nueva dos veces al año, para navidad y para su santo. Atrás quedaron los tiempos en los que comer carne era un lujo al alcance de pocos porque producirla era caro. Entramos en una espiral de producir más y más rápido para consumir más y más rápido y vamos como hámsters enloquecidos corriendo hacia ningún lugar. Nuestras vacas y pollos engordan de formas tan rápidas como antinaturales y encima más baratos que nunca. Nuestra ropa es más desechable que nunca pero total, por 10€ que puedes esperar… pero no pasa nada, porque el próximo mes me volveré a comprar otros pantalones por 10€ para que me duren otro mes, y así sucesivamente. Eso de comprar fruta de la temporada no entra dentro del esquema moderno y lo queremos todo, todo el año y en todas partes del mundo «desarrollado».
Recuerdo cuando de niña algunas personas me regalaban telas, un par de yardas para hacerme un vestido. Iba con mi madre a la costurera para elegir el modelo y que me tomaran las medidas. Varios días después iba a la primera prueba y una semana después, por fin, el vestido estaba listo. Pagábamos y nos íbamos tan contentas. Tenía algo especial, algo hecho para mi cuerpo. Ahora una chica en el sudeste asiático cose unos pantalones de prisa y corriendo que si no me quedan bien de caderas, me aprietan las pantorrillas o no me cierran de cintura (¿soy la única con el mismo problema o seré yo la única amorfa?).
Recuerdo ahorrar para comprar los primeros mangos de la temporada, esos que chorreaban jugo al morderlos. 1 Quetzal, costaban, una fortuna para un escolar, pero aún así nos las ingeniábamos y por las tardes con los otros niños merendábamos unos mangos que ahora solo Photoshop produce. Esperar. Que poco nos gusta esa palabra; definitivamente ya no encaja en nuestro mundo, y como yonquis de la novedad, ahí vamos, llevando al límite todo lo que tocamos.