Carta a los padres de familia, en el día de la mujer

Soy mujer, latina, de bajos ingresos y más o menos culta. Sé que estoy en lo más bajo de la cadena alimenticia.  He sufrido abusos y discriminación por parte de hombres y mujeres que pensaron que podían hacer lo que querían porque quedarían impunes igualmente. No hay nada nuevo debajo del sol.  Pero llevo algún tiempo pensando en esto de la igualdad de género y la lucha feminista.  Sé que he sufrido (mínimamente) las desigualdades de este sistema injusto y machista, pero nunca me he sentido víctima.  Nunca he sentido la pasión de reivindicar los derechos de una parte de la sociedad (las mujeres) cuando toda la sociedad sufre injusticias, atropellos, etc. Niños huérfanos que mueren en incendios, niñas que deberían ser protegidas y no abusadas, hombres que ven con impotencia como el terrateniente de turno le roba sus tierras mientras su familia se muere de hambre.  Mujeres que tienen que enterrar a sus hijos y ver morir de hambre a sus nietos, como las mueres en el lago Chad, en África.  El día de la mujer me parece algo digno y loable de recordar, pero es sólo una de las heridas de este sistema corrupto y violento reflejo de nuestra naturaleza caída.  (Al escribir estas últimas líneas, el corazón me late más de prisa, porque humanamente no veo la solución, y me pregunto si el corazón de mi Padre Celestial también se duele y late de prisa…)

No estoy en una posición social envidiable, lo sé.  Nadie apuesta un bledo por mí, también lo sé.  Hay tantos clichés para la gente de mi color y de mi procedencia, otra vez, lo sé. Pero lo que la gente no sabe es que vine blindada de casa.  Vengo de un hogar con una madre progresista-pragmática, es la que me enseñó a cuidarme, a desconfiar, a que mi cuerpo es mío y precisamente por eso no tengo porqué andarlo mostrando como mercancía barata, como suplicando afecto. Es la mujer que casi agarra a paraguasos al tipo que intentó robarle la cartera.  Ella es la mujer con dos carreras universitarias que le sirve primero la comida a su esposo, no por imposición, sino por gratitud y amor; y él a cambio le prepara el desayuno todos los días y le hace de chófer. Vengo de un hogar donde mi padre ve el potencial, independientemente de si es niño o niña. Tengo un padre idealista y romántico que me ha hecho sentir exitosa desde la secundaria.  Él no veía a la chica gordita y tímida que todos veían, el veía a una mujer de éxito (que todavía no soy, pero él no lo sabe).  Nunca he tenido que hacer nada para ganarme su afecto y aceptación, ya venía en el paquete. Cada uno me blindó a su manera, mi madre para aceptar la realidad de este mundo que rechaza a Dios y sus caminos, y mi padre que para que nada me duela más de lo necesario (porque como decía Amy Winehouse «my dady things I’m fine!»).

La desigualdad, no sólo contra la mujer, empieza en casa.  La sociedad es un reflejo de las familias que lo componen.  Familias rotas dan como resultado sociedades violentas.  Y no nos echemos las manos a la cabeza preguntándonos que hemos hecho mal, porque todo empieza en casa.  Y si no podemos ser familia para lo que no tienen una, siempre podemos ser hermano mayores, ¿no?.

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