Después de semanas apagando fuegos en diferentes áreas de mi vida, llegué un sábado por la tarde a casa y me acosté un rato. Mis sueños van de lo surrealista a lo nostálgico en cuestión de segundos. Como todo el mundo, los sueños son una forma que tiene el cerebro de procesar el presente, o me enseñan lo que en realidad está en mi corazón. Esa tarde, me di cuenta de que mi corazón estaba cansado de tanto desasosiego y se me había ido lejos. Entre dormida y despierta intenté recordar una vez más esa serie de sueños y balbuceé «tengo ido el corazón».
Una parte de mí está cansada y se fue a la tierra de la que vengo. Necesitaba ver montañas y volcanes, necesitaba dedicarse a la fotografía por un rato y ver a los seres queridos. Necesitaba volver a buscar a los que ya no están, para comprobar que su partida es real. Necesitaba hablar con gente diferente, necesitaba sentirme en casa (aunque después de tanto tiempo fuera de casa esa ya no es una opción real, pero en mis sueños todavía es posible). Necesitaba, aunque sea por media hora, una vida más sencilla. Necesitaba un pan con chille relleno sin cebolla y mucha salsa de tomate. Una parte de mí se había ido, y no me di cuenta.
La parte racional en mí, llamémosla cerebro, dice que estamos bien. A pesar de los altibajos de la vida, estoy bien. Hay proyectos de cara al futuro, hay margen de mejora, hay posibilidades de seguir aprendiendo, etc. Pero la otra parte de mi, llamémosla corazón, pide pausas, pide volver al principio, volver a mis raíces. Por razones económicas tengo que ignorar esas peticiones, pero por salud mental debería hacerle caso más seguido. ¡Ay que difícil es el equilibrio entre razón y sentimientos! ¡El eterno dilema de los emigrantes! Algún día, sentimientos y razón, nos volveremos a encontrar, aunque por ahora sólo en mis sueños.