Tengo ido el corazón

Después de semanas apagando fuegos en diferentes áreas de mi vida, llegué un sábado por la tarde a casa y me acosté un rato.  Mis sueños van de lo surrealista a lo nostálgico en cuestión de segundos. Como todo el mundo, los sueños son una forma que tiene el cerebro de procesar el presente, o me enseñan lo que en realidad está en mi corazón. Esa tarde, me di cuenta de que mi corazón estaba cansado de tanto desasosiego y se me había ido lejos.  Entre dormida y despierta intenté recordar una vez más esa serie de sueños y balbuceé «tengo ido el corazón».

Una parte de mí está cansada y se fue a la tierra de la que vengo.  Necesitaba ver montañas y volcanes, necesitaba dedicarse a la fotografía por un rato y ver a los seres queridos. Necesitaba volver a buscar a los que ya no están, para comprobar que su partida es real.  Necesitaba hablar con gente diferente, necesitaba sentirme en casa (aunque después de tanto tiempo fuera de casa esa ya no es una opción real, pero en mis sueños todavía es posible). Necesitaba, aunque sea por media hora, una vida más sencilla. Necesitaba un pan con chille relleno sin cebolla y mucha salsa de tomate.  Una parte de mí se había ido, y no me di cuenta.

La parte racional en mí, llamémosla cerebro, dice que estamos bien.  A pesar de los altibajos de la vida, estoy bien.  Hay proyectos de cara al futuro, hay margen de mejora, hay posibilidades de seguir aprendiendo, etc.  Pero la otra parte de mi, llamémosla corazón, pide pausas, pide volver al principio, volver a mis raíces.  Por razones económicas tengo que ignorar esas peticiones, pero por salud mental debería hacerle caso más seguido.  ¡Ay que difícil es el equilibrio entre razón y sentimientos! ¡El eterno dilema de los emigrantes! Algún día, sentimientos y razón, nos volveremos a encontrar, aunque por ahora sólo en mis sueños.

Diagnóstico: miedo

Todo lo que está vivo cambia.  Todo lo que está vivo crece.  Todo lo que está vivo se siente en algún momento de su vida amenazado.

En vano e intentado contener a la madre naturaleza en una maceta con kilo y medio de tierra.  Mi buganvilia crece tan rápido que antes del invierno tendré un gran y florido «problema» ¿dónde la pongo para que sobreviva al invierno?. A ella no le preocupa el invierno, porque ese es mi problema. Ella hace lo que su naturaleza le pide hacer, crecer y cada cierto tiempo florecer.  Todo lo que está vivo crece y florece. O no.

Esta semana empecé a trabajar con un alumno nuevo, uno de esos casos que desde el principio sabes que será complicado.  Mi jefa me lo advirtió, me dijo «los que trabajamos como maestros de adultos somos terapeutas, consejeros, psicólogos y mejores amigos» (y si nos da tiempo damos clase).  Después de dos horas intentando hacer las preguntas correctas para mí el diagnóstico era claro: miedo.  Frente a mí tenía a una persona en apariencia normal (si es que la normalidad existe), que me contó como le marcaron los comentarios bastante negativos de dos maestras de inglés y cómo decidió huir del foco del dolor en lugar de enfrentarlo, sin saber que años más tarde su carrera dependería de ello.  Al final va a ser verdad eso de que la vida es como un examen, si no apruebas a la primera, te toca repetir en el examen.   Él se sorprendió de mi habilidad con los idiomas, pero lo que él no sabe es que para llegar donde estoy he metido la pata unas cuantas veces, he invertido años de mi vida, dinero y me he expuesto al ridículo un día sí y otro también.

Se aprende a hablar hablando, se aprende a cocinar cocinando, se aprende a amar amando y se aprende a luchar luchando.  Mi estimado alumno nuevo lleva años aprendiéndose de memoria los mismos libros con el mismo vocabulario.  Yo calculo que lleva unos 15 años usando el mismo material, y no avanza porque comete errores (95% de aciertos y 5% de errores según me dijo).  Y ese 5% lo mantiene atado al mismo nivel.  Quiere aprender a hablar con personas sin tener que hablar con personas, por medio de libros.  Es como querer aumentar la paciencia viendo un tutorial de Youtube!

En mi trabajo lo veo mucho, miedo al fracaso, miedo al qué dirán, miedo a no ser lo suficientemente buenos, miedo a pasar por tontos. ¿Usted a qué le tiene miedo? ¿a la pobreza? ¿a la soledad? ¿a la muerte? ¿a lo ordinario? ¿a lo extraordinario tal vez?.  El temor mengua ante de la grandeza de nuestro Dios.  Si nuestro Dios es diminuto, preparémonos para vivir con miedos gigantescos. Las decisiones tomadas bajo la sombra del miedo, darán como resultado una vida de mediocridad.  El miedo no es fruto del Espíritu, sino de la carne.

Antes en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Ro. 8:37)

Gracias y hasta siempre dulce señora.

Un año sin ella, toda una vida de recuerdos.

pensamos, existimos ergo blogueamos

Sólo tuvimos un mes para prepararnos para el fatal desenlace, aún así no ha sido fácil. Cada uno lleva el dolor de como mejor puede. Los hay con rabia, los hay perdidos en un mar de lágrimas, y los hay un poco más callados de lo habitual.

Yo me quedé con ganas de decirle algo muy importante.  No se lo dije porque tenía la impresión de que se aferraba a la vida…  De cualquier forma me quedé con las ganas de darle las gracias por todo. Gracias por el valor y la entereza de tomar las riendas de la familia después de la muerte de su esposo.  Gracias por no dejar que el dolor la bloqueara.  Gracias por sus ideas frescas y emprendedoras al pasar de ama de casa a pequeña empresaria.  Gracias por enseñar a sus hijos en valor de la colaboración y la responsabilidad. Gracias por la entereza…

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La sal y la luz de la tierra

La sal en la antigüedad era algo más que un condimento.  Era usada como forma de pago, de ahí nuestra palabra salario. Incluso esclavos se llegaron a pagar con cristales de sal.  Extraerla era complicado y necesitamos siglos hasta poder separarla de otros minerales que la corrompen y tenerla en una forma más pura. La sal era un tesoro. Jesús dijo que sus seguidores, aquellos que estaban dispuestos a ser despreciados por el mundo (Mt. 5:11), son la sal de la tierra.  Somos la sal por la que el hijo de Dios pagó un alto precio, somos el tesoro del Padre.  El Espíritu Santo cambió nuestra naturaleza corrupta por otra que debe prevenir la corrupción del mundo.  Somos tan incómodos como necesarios. La sal tiene una labor vital pero silenciosa, que opera de dentro hacia afuera.  Una labor parecida a la del Espíritu Santo, cuyos resultados son visibles pero su proceso no es evidente al ojo humanos.  Pero la sal debe evitar a toda costa contaminarse con otros minerales que alteran su sabor y función.  Si esto pasa es mejor no comprarla o tirarla.  Es posible también que alguien consiga sal en su forma más pura, y para evitar que se contamine con otras sustancias decida nunca abrir el paquete.  La sal no sala por ósmosis, debe ser puesta sobre lo que se quiere sazonar o preservar, debe haber un contacto directo.  Un cristiano contaminado no sirve, y un cristiano empacado al vacío tampoco. La auto indulgencia (o auto complacencia) de esos hábitos pecaminosos es para el creyente lo mismo que la presencia de otros minerales a la sal.  Y si un creyente vive encerrado en su burbuja santa, entonces  ¿cómo sabrá lo que tiene que preservar?.

Lo de la luz es otro tema.  Vivir en un país con unas 1700 horas de sol anuales (1200 menos que Madrid o 1500 menos que Arizona) te hace apreciar aún más la luz del sol. La luz es vida, es alegría, es energía, pero también deja al descubierto lo que preferiríamos que se quede en la ignorancia, nuestras vergüenzas. Cristo es la luz de los hombres, son creyentes son llamados a serlo.  Cristo fue rechazado porque las obras de los hombres eran malas, los creyentes están en la misma posición.  Vivimos en una época en la que, a los que tenemos la osadía de seguir a Cristo, se nos pide guardar silencio, no incomodar, ir en contra de nuestra naturaleza.  ¿Cómo responderemos?

«…Me mantengo firme en las escrituras a las que he adoptado como mi guía.  Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la conciencia.  Que Dios me ayude. Amén» Martín Lutero, Worms 1521.