La vida se convirtió en una lista de la compra.

Hace poco una amiga me preguntó ¿qué tiene de especial tu sótano como para que llamaras a tu blog «la chica del sótano»? Esta es la historia de este sótano, que representa para mí el triunfo y la derrota.

Cuando buscaba apartamento para vivir, esto fue lo único que encontré.  Me quedé con él en primer lugar por el precio, era lo único que me podía permitir, pero también me gustó, es luminoso y suficiente para una persona que no le importe vivir modestamente.   Me mudé aquí con un par de maletas y una orquídea (de ahí el logo), sin muebles, sin nada más. Después de mucha incertidumbre y vivir 7 meses en un ático entre cajas y maletas, por fin tenía un lugar para mí sola, un lugar con cocina propia, sin tener que pedir permiso para ducharme.  Y para nada me estoy quejando de ese ático que en su momento fue un salvavidas, pero llegué a convertirme en una carga y tenía que salir de allí. Del cielo al suelo, de un ático a un sótano.

La derrota. Ningún alemán mayor de 22 años viviría en un sótano, porque a esa edad ya has terminado la universidad, tienes un trabajo y puedes permitirte algo con un balcón pequeño para empezar.  Después de unos años trabajando te mudas a algo más grande, lo suficientemente grande como para invitar a tus amigos a una barbacoa en verano y te compras un auto nuevo. A los 28 te casas, a los 30 compras una casa con jardín o balcón grande y cambias todos los muebles.  Trabajas como desquiciado porque tienes que ascender. A los 33 tienes hijos, te compras un auto familiar.  Cuando eres estudiante te vas de vacaciones a lugares cercanos como España, a partir de los 25 asciendes de categoría y te vas a Tailandia o Sudáfrica. Cuando eres estudiante te compras muchas cosas baratas, a partir de los 25 te compras menos cosas pero bastante más caras, porque buscas calidad, el precio es secundario.  A los 45 toca renovar toda la cocina, porque se ha quedado obsoleta y aspiras a un puesto de alta gerencia… Y así una larga lista de cosas ampliamente aceptadas, que en sí mismas no son malas, pero según la cual yo llevo unos 15 años de retraso.  En esta lista de la compra que es la vida, mi carrito está vacío, lo que plantea algunas dudas, ¿será que no me esforzado lo suficiente? ¿será que simplemente he tenido mala suerte? ¿será que no he buscado en los lugares correctos? ¿será que no soy lo suficientemente buena? ¿será que no tengo ambición…?

El triunfo.  Mis amigos extranjeros piensan que mi sótano es estupendo, ninguno de los que yo conozco pudo permitirse algo así con tan sólo dos años y medio en Alemania. Vivo en una casa con un sólo vecino. Soy la única piel morena en el pueblo de caras pálidas que en otoño se convierte en una fiesta de colores y vino.  Es el triunfo de la supervivencia contra todo pronóstico.  Para mí, este sótano es la provisión de Dios, es el lugar en el que me escondo del mundo, sueño, me desespero, emprendo y meto la pata. Es la esperanza de que cosas buenas pueden suceder aquí abajo, con los gatos de los vecinos como únicos testigos.  Es el deseo que de a partir de ahora todo sea ascenso, aunque sé que no vendrá sin luchas ni sacrificios. Más que el triunfo presente, es la esperanza de lo porvenir.

La lucha.  Desde este sótano lucho por no perder la perspectiva, lucho porque la lista de cosas que debería tener y no tengo no me afecte demasiado.  Lucho por no dejarme llevar, influenciar o etiquetar por una sociedad que va a toda prisa hacia la nada, como en una carrera de ratas. Mi historia es única e irrepetible, y el autor es soberano y se ríe de las listas de pendientes que nos hemos inventado. Esa es mi confianza, y lo veré por mí misma, mis ojos lo verán, no los de otro… (Job 20:27)

 

 

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