Clientes, jefes, colegas y otras relaciones interpersonales.

¿Y si el mejor consejo sobre negocios ya ha sido dado? ¿Y si el mejor discurso sobre atención al cliente ya ha sido dicho?¿ Y si el mejor manual sobre recursos humanos se pudiera resumir en una linea? ¿Y si ese principio, conciso pero profundo, aplicara a todas las relaciones interpersonales?

Trata a los demás como quieres que te traten a ti.

¿No se reducirían los chismes en el lugar de trabajo? ¿No se buscaría la colaboración en lugar de la manipulación? ¿No se fomentaría la confianza entre proveedor y cliente porque los dos buscan el beneficio común? ¿No tratarían los gerentes y directores de empresas con más dignidad y transparencia a sus empleados, porque ellos mismos son empleados de alguien más? ¿No se lucharía con uñas y dientes por la fidelidad en el matrimonio? ¿No se apoyaría más a las minorías en la sociedad? ¿No se defenderían los derechos de los que no tienen voz? ¿No pensaríamos en las consecuencias de nuestras palabras antes de hablar? ¿No reformaríamos nuestro estilo de vida si este destruye la vida de otras personas al otro lado del mundo? ¿No se acabaría la corrupción de unos y la pasividad ante la corrupción de otros? ¿No amaríamos de forma más activa y no tan pasiva?

Trata a los demás como quieres que te traten a ti.

O dicho de otra manera, si te gusta la idea de justicia, practícala tú primero.  Si te repulsa la idea de que alguien se aproveche de ti sexualmente, defiende la pureza.  Si no quieres que tu honor sea mancillado, no difames. Si no quieres que se aprovechen del fruto de tu trabajo, no te aproveches de nadie y no apoyes a los que lo hacen.

Trata a los demás como quieres que te traten a ti. Esta es la regla de oro de las relaciones interpersonales.

 

La cuesta de enero.

La famosa cuesta de enero está aquí.  Es como una fiesta sorpresa (que no es sorpresa porque sabes que sucederá) donde las facturas y gastos normales de principio de año se reúnen para darte un susto.  Para algunos la cuesta se convierte en un puerto de montaña, o en el Niágara en bicicleta.

Algunos de mis alumnos decidieron regalarme tiempo estas navidades, y sé que lo hicieron con buena intención, pero al cancelar sus clases (queriendo quedar bien conmigo) me dejaron en números rojos.  Estas cosas pasan. Y de todas y cada una de estas historias, independientemente del grado de culpabilidad en la planificación, el Padre celestial tiene cuidado (lo que no es una excusa para la dejadez).

¿Es Dios un padre bueno o malo?. Cualquiera en la cristiandad respondería que Dios es un padre bueno, porque sabemos que es la respuesta correcta, pero nuestras acciones demuestran lo contrario. Decimos que Dios es bueno pero nos dejamos llevar por la ansiedad porque en realidad no lo creemos.  O creemos que Dios es bueno solo para algunas cosas y para otras tenemos que echarle una mano. Conocer no es sinónimo de creer.

Lucas 12:13 cuenta la historia de un rico que se desvivió consiguiendo bienes materiales y descuidó su propia alma. Y no hay nada de malo en trabajar duro, ser responsable y planificar de cara al futuro, porque el trabajo bien hecho da gloria a Dios.  Lo que no da gloria a Dios es el afán, la ansiedad, ese maquinar soluciones desde nuestra limitada perspectiva que nos roban el gozo de nuestra salvación.  La ansiedad es el intento inútil de hacer previsible el futuro, que es por naturaleza imprevisible, es el orgullo de creer que nosotros sabemos lo que necesitamos y podemos conseguirlo sin necesidad de nadie. El fruto del Espíritu no es noches en vela mordiéndonos las uñas, es amor, gozo, paz, paciencia… La ansiedad es egoísta, porque donde hay ansiedad no hay amor; es ciega, porque nos quita perspectiva; es lúgubre, porque esconde el gozo y mortal porque mata la fe.  En definitiva, es pecado.

Cada uno lucha contra la ansiedad en diferentes áreas de la vida, el área financiera, profesional, familiar, sentimental, emocional, etc, cada uno desde su debilidad, pero nuestro Padre sabe que tenemos necesidad de estas cosas. Y nuestro Padre es por naturaleza bueno y perdonador.  Entonces «¿por qué os afanáis?»