Dimensión desconocida.

«Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.»

Siempre he tenido muy claro que la invitación de Jesús a seguirle nada tiene que ver con una invitación de Facebook, donde sólo nos damos likes y nos mandamos caritas felices.  La cruz simboliza vergüenza, agonía, muerte, y muchas otras cosas.  En otras palabras para seguir a Cristo hay que elegir la vergüenza de no ser aceptados por el mundo, la agonía que produce saberse pecador y la muerte a uno mismo.  Pero ¿negarse a uno mismo?

Cuando tenía unos 10 años me di cuenta de que la mejor forma de hacer lo correcto era hacer lo contrario de lo que tenía ganas de hacer. Si tenía ganas de no hacer la tarea de la escuela, entonces lo correcto era hacer la tarea.  Si no tenía ganas de ser amable con otros niños, entonces lo correcto era ser amable con otros niños. ¡Era genial! ¡había descubierto la clave de la vida cristiana!.  El problema: el entusiasmo me duró unas horas. Pronto me di cuenta de que era muy complicado negarme a mí misma todos los días todo el día.  Requería demasiada energía ser algo diferente de lo que soy en realidad.

Pero ¿y si negarse a sí mismo es desafiar nuestra propia comodidad? ¿y si negarse a uno mismo es una invitación a salir de nuestra área de comodidad y vivir vidas extraordinarias? como una invitación a lo desconocido. Cuando digo vidas extraordinarias quiero decir fuera de lo ordinario (después de todo por qué ser normal si puedes ser tú mismo). Si mi inclinación natural es a controlarlo todo, entonces negarme a mí misma es dejar que Cristo que tome el control.  Si mi inclinación natural es la pasividad, entonces necesito abrazar la acción. Si mi inclinación natural es el miedo entonces necesito soltar ese miedo para abrazar la libertad.  Si mi inclinación natural es criticar, entonce necesito empezar a pedir perdón. Si mi inclinación natural es la pereza,  necesito entonces aprovechar el tiempo porque los días son malos. Si lo que me pide el corazón es hacerme tesoros en la tierra, necesito poner mis ojos y corazón en las cosas espirituales.  Si buscaba el aplauso de la gente ahora sólo la aprobación del Padre celestial es importante.

Salir de nuestra área de comodidad es resultado de un cambio de prioridades, y esto sólo es posible con la ayuda del Espíritu Santo.  Es una remodelación profunda del alma que necesita al mejor de los arquitectos, para que el corazón vuelva a su forma original, tal y como fue diseñado desde antes de la fundación del mundo.  Un amigo me recordó ayer: «cuando no tengas ganas de seguir luchando, predícate el evangelio a ti misma todos los días».

Con Cristo estoy crucificada, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí.

Cabilaciones en el autobús. El dilema de la auto percepción y la realidad

Según yo, soy una persona amable, responsable, tranquila, etc, etc, etc. Es lo que percibo de mí misma alimentado en parte por la interacción con los demás. Esa autoconciencia es uno de los distintivos principales del ser humano. Pero ¿qué pasa cuando mi auto percepción no coincide y choca con la realidad? Los seres humanos somos la única especie en el reino animal que disociamos la idea que tenemos de nosotros mismos de la realidad. Construimos nuestra identidad en base a lo que percibimos de nosotros mismos, influenciados, en mayor o menor medida, por la realidad que nos rodea. La baja autoestima o la megalomanía no se basan en datos puramente objetivos, sino en como nos percibimos a nosotros mismos.
De vez en cuando nuestra auto percepción choca con la realidad.  Resulta que no somos lo que pensábamos que somos. Con un poco de suerte somos mejores de lo que pensábamos, aunque normalmente nos damos cuenta de que no somos tan buenos como pensábamos o como solíamos serlo. Entonces entramos en crisis.No voy a decir que la crisis es una oportunidad de auto reinventarnos. Internet está lleno de ese tipo de mensajes. Las crisis son la oportunidad ideal de darnos cuenta de que, efectivamente, no estamos donde pensábamos. Las grietas de nuestro carácter se exponen al público y no sabemos qué hacer. Esconder esas grietas es la opción más popular. Pero ¿y si esas grietas fueran un recordatorio divino de una realidad humana inevitable?
Somos seres finitos, limitados en el tiempo y el espacio, con capacidades en decadencia; amados por un Dios ilimitado, cuyo amor perfecto le impulsa a amar nuestra imperfección y precariedad. Un Dios que no se sorprende ante nuestros continuos y variados fracasos. Un Dios que ha prometido acompañarnos en nuestras crisis. Después de todo es lo que nuestros amigos de carne y hueso hacen por nosotros, acompañarnos.Pero también es un Dios que honra nuestras crisis, las toma y suple su necesidad. No elimina las consecuencias de nuestros actos. Pero si se le permite, usa esas consecuencias para su gloria.  La suya, no la nuestra. 

Mi Dios pues suplirá conforme a sus riquezas en gloria.