Ellas

Acaba de salir de regreso a casa.  Es el despiste personificado, pero nada dice más «tu amistad es importante para mí» que conducir 700 kms para poder echar unas risas juntas.  Sin contar a mi familia, ella es la que más ha venido a casa.

Mi trabajo está en el aire, mi apartamento está en aire, todo es incierto. Pero esta visita de exactamente 24 horas me recordó algo: lo que tengo no se puede comprar con dinero.

Tengo 2  tesoros que se plantan en mi casa a las 11 de la noche cuando siento que la ansiedad me aplasta contra la pared. Ríen a todo pulmón y la buena comida está asegurada.  Otros dos tesoros cruzan el océano tantas veces como pueden para pasar madrugadas hablando de los «últimos acontecimientos».  Antes de irse se aseguran de dejar suficiente comida en mi alacena porque saben que ir a supermercado es a veces un lujo.  Otro tesoro es tan fan de mi «trabajo» que creo que inconscientemente ha transmitido esto a sus hijas y ahora ellas piensan que soy «súper cool».  No me saludan porque son muy tímidas, pero me hacen dibujos.  Otro de mis tesoros me da las llaves de su casa para que salga y entre cuando quiera. Y a pesar de haber estado allí varias veces sabe que olvido el número de su portal y me lo manda en un mensaje. Nadie con el corazón tan tierno como ella.  Las hay que cocinan y organizan fiestas sorpresa, las hay que aparecen una vez al año, por mi cumpleaños.  No se olvidan de traer un regalo aunque yo no les he haya dado uno en años.  Las hay que después de años de silencio reaparecen dispuestas a horas de pura cháchara.  En realidad nunca se han ido, sólo han estado en silencio.  Las hay con proyectos «locos», de ellas hay mucho que aprender.  Las hay que me entienden a la perfección, las hay que no, pero se esfuerzan por hacerlo.

Mis tesoros vienen en todas las tallas, colores, edades y profesiones. No nos unen lazos sanguíneos, nos une la amistad.  Quizás también algo de afinidad, una misma fe, la necesidad de animarnos y el deber de ser sinceras.  Ellas enriquecen mi vida.

«… no hace falta dar sus nombres y apellidos, porque ellos mismos ya se dan por aludidos.»  Marcos Vidal, Mi regalo.

20180712_191800.jpg

 

Haciendo tiempo antes de una cena de trabajo, descubrí este rinconcito. Cuando veo casas que me gustan no puedo evitar pensar si las personas que viven allí disfrutan sus casas o ya están tan acostumbrados a ellas que dejan de ser especiales
Idilio de verano

https://lachicadelsotano.files.wordpress.com/2018/08/20180712_191800.jpg

Sueño de una tarde de verano.

Y las personas que viven en esa casa, ¿la disfrutarán? ¿se sentirán afortunados que vivir en un lugar idílico? El río, la barca, el muelle y los árboles ¿se han convertido en parte invisible de la tediosa rutina? Y todo eso que a mí me parece precioso e inalcanzable, ¿lo ven como un privilegio o será una carga para sus dueños?

¿Y mi sótano? ¿es mi privilegio o mi carga?

Sólo quiero ser tu amiga

Este no es un post sobre relaciones románticas fallidas. Se trata de amistades que salvan la vida.  No tiene nada que ver con la famosa «friendzone» a la que he mandado y me han mandado a mí también.  Se trata de ofrecer una amistad sincera con personas «invisibles», personas que mi radar no detecta, pero cuyas vidas son de alta estima a los ojos del Creador.

En una amistad no soy la que suele dar el primer paso, excepto si es por trabajo, entonces podría armarme de valor y decir «hola». Y aunque mi naturaleza se siente cómoda en un avión al lado de un extraño y durante 11 horas no intercambiar ni una palabra, esta vez yo tomaré la iniciativa. He empezado un proceso que incluye algunos cursos de preparación, porque sé muy poco sobre las circunstancias de mis futuras nuevas amigas y  porque el tiempo que tengo con ellas será limitado y quiero ser lo más efectiva posible. He empezado este proceso aunque no sé si soy la persona adecuada para esto.

He aceptado el reto por tres razones. 1. Si el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, convivió con nuestra miseria y pobreza, y nos llamó sus amigos, por el Espíritu me fue dado, yo también puedo. Puedo ir a donde nadie quiere ir y abrazar a mujeres que en el fondo no son tan diferentes a mí. 2. Aunque no soy la que suele dar el primer paso, si sé como ser una buena amiga (note que he dicho que sé como serlo, no que siempre lo sea). Mi oración es que mi amistad le cambie la vida a alguien. 3. La tercera es una combinación de las dos anteriores: gratitud. Gratitud porque no hay nada en mí que me haga merecedora de mi vida como lo es ahora.  Gratitud porque aunque he tenido (tengo y tendré) temporadas malas y he perdido toda esperanza de llegar a buen puerto, la mano del Señor nunca me ha dejado a la deriva.  La esperanza es algo crece cuando se comparte.  Más bienaventurado es dar que recibir.

Ver también: ¿Cuánto cuesta salvar un alma?