Este no es un post sobre relaciones románticas fallidas. Se trata de amistades que salvan la vida. No tiene nada que ver con la famosa «friendzone» a la que he mandado y me han mandado a mí también. Se trata de ofrecer una amistad sincera con personas «invisibles», personas que mi radar no detecta, pero cuyas vidas son de alta estima a los ojos del Creador.
En una amistad no soy la que suele dar el primer paso, excepto si es por trabajo, entonces podría armarme de valor y decir «hola». Y aunque mi naturaleza se siente cómoda en un avión al lado de un extraño y durante 11 horas no intercambiar ni una palabra, esta vez yo tomaré la iniciativa. He empezado un proceso que incluye algunos cursos de preparación, porque sé muy poco sobre las circunstancias de mis futuras nuevas amigas y porque el tiempo que tengo con ellas será limitado y quiero ser lo más efectiva posible. He empezado este proceso aunque no sé si soy la persona adecuada para esto.
He aceptado el reto por tres razones. 1. Si el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, convivió con nuestra miseria y pobreza, y nos llamó sus amigos, por el Espíritu me fue dado, yo también puedo. Puedo ir a donde nadie quiere ir y abrazar a mujeres que en el fondo no son tan diferentes a mí. 2. Aunque no soy la que suele dar el primer paso, si sé como ser una buena amiga (note que he dicho que sé como serlo, no que siempre lo sea). Mi oración es que mi amistad le cambie la vida a alguien. 3. La tercera es una combinación de las dos anteriores: gratitud. Gratitud porque no hay nada en mí que me haga merecedora de mi vida como lo es ahora. Gratitud porque aunque he tenido (tengo y tendré) temporadas malas y he perdido toda esperanza de llegar a buen puerto, la mano del Señor nunca me ha dejado a la deriva. La esperanza es algo crece cuando se comparte. Más bienaventurado es dar que recibir.
Ver también: ¿Cuánto cuesta salvar un alma?