Esos momentos de tranquilidad, cuando regreso a casa y repaso mentalmente la jornada, Padre, no quiero darlos por sentado. Porque hay días en los que nada libera de la angustia, ni siquiera la música.
Ayúdame Padre a no volver a ignorar los días soleados por muy nublado que tenga el corazón.
No quiero que tu provisión pase desapercibida delante de mis ojos.
Quiero disfrutar de una tarde con amigos y centrarme en ellos en lugar de mirar hacia adentro, a la tormenta de mi interior.
No quiero dar por sentado lo que tú me das, ni extrañarlo sólo cuando no lo tengo.
No quiero sentirme ofendida contigo cuando la vida no me dé lo que quiero.
No quiero reír sólo cuando la vida es color de rosa, porque tú eres bueno también en los días grises.
Quiero recordar la tristeza ajena aún en el gozo propio.
Quiero reconocer tu presencia y cuidado encarnado en el amor de los buenos amigos.