Los dioses olímpicos

Pensando en Simone Biles… que una chiquita como ella lleve el peso del mundo sobre sus hombros y que tenga que hacerlo con una sonrisa y sin rechistar me parece… cruel. Del orgullo de representar a tu país al pánico que decepcionar a millones de personas. La misma masa colectiva e impersonal que eleva, tiene el poder de hundir. El alma humana no fue hecha para eso. Hace unos minutos un comentarista alemán dijo de otra chica, Sunisa Lee, que es la nueva Simone Biles. A rey muerto, rey puesto. Tras la retirada de Biles, la prensa brasileña especula, ¿y si nuestra Rebeca Andrade tiene opciones de medalla? Y es que ¿quién no quiere ver a uno de los suyos en lo más alto? Admirar sin adorar, abrazar sin asfixiar, animar sin exigir.
Parece que como sociedad necesitamos modelos que nos muestren la diferencia lo admirable y lo condenable. Y no importa si las personas están listas para la fama y adoración,  lo importante es que tengamos a alguien en el pedestal para poder admirar. 

Si Biles, Andrade o Lee fueran algo mío, o tuviera algún tipo de influencia, les diría: «lo que sea que hagas hazlo por ti, porque puedes, tienes los recursos, la habilidad y te hace crecer como persona porque te reta. Y si de paso tu trabajo emociona e inspira a otros, perfecto». En este caso, el orden de los factores sí alteran el producto.

¿Y si el único que puede llevar el peso del mundo sobre sus hombros sin romperse ni corromperse, fuera Cristo? Escuchando una entrevista este lunes de Alisa Childers a John Cooper y Jeremy Camp, Jeremy, acertado como suele serlo, dijo «Jesús dijo «sígueme», no dijo sigan a mis discípulos». Supongo que hay varias razones para ello. No estamos hechos de material resistente a la corrupción. Perdemos el norte muy rápido. Un par de cumplidos y nos venimos arriba.

Puestos los ojos en Cristo, el autor y consumidor de la fe.

Al momento de escribir esta entrada Susina Lee y Rebeca Andrade todavía no habían ganado las medallas de oro y plata respectivamente. Andrade se convierte en la primera medallista sudamericana en gimnasia (si le entendí correctamente al comentarista alemán).

Gracias Ortega y Gasset

A los 16 o 17 años, en clase de filosofía, en un lugar de mi Andalucía de cuyo nombre no quiero acordarme, escuché la frase: «yo soy yo y mis circunstancias». Menuda epifanía. Lo decía todo sin decir nada. Usé esa frase para evitar dar explicaciones de cosas que ni yo misma entendía y en las que era doloroso hurgar: el sentido de mi existencia. A estas alturas del partido no me da miedo admitir que he tenido unas cuantas crisis existenciales, y aunque lo de mis circunstancias era cierto en cierto sentido, había un par de cosas que quedaban en el aire. Me hubiera gustado que mis circunstancias fueran monoculturales, monolingües, predecibles, nacer, crecer, reproducirse y morir. Claro. Sin dobles interpretaciones. Era mejor que ir dando tumbos de un lado al otro, sin encajar en ninguna parte. Muy intensa y rígida para ser guatemalteca, muy guatemalteca para ser hondureña, muy oscura para ser española y muy flexible para ser alemana. Muy académica para una conversación sencilla, muy sencilla para un académico, muy artística para trabajar en una oficina, muy poco imaginativa y temerosa para ser artista… Mis circunstancias…

Esta mañana visitando a una amiga, de esas amigas que tengo cuyo pasado es perfecto para olvidar, pero cuyo futuro está por escribirse, me escuché a mí misma diciendo no podemos controlar el pasado, pero sí nuestras reacciones. Decidí que quería que mi amiga conociera la universidad donde trabajo (y de paso entregaba calificaciones). Quería que ella viera que el mundo es más que esos antros de mala muerte que ella conoce. Todo le pareció bonito. Por primera vez en su vida quiso trabajar en una universidad, limpiando, pero en una universidad. De regreso a la estación de tren dije cosas como que no podemos elegir la familia que tenemos, pero sí podemos elegir ni hacer lo que vemos en casa. Nadie elige un padre maltratador, pero se puede elegir una pareja respetuosa. Ortega y Gasset tenía las horas contadas en el salón de la fama de mi corazón.

Preparando la clase de mañana mientras veo un partido de fútbol poco interesante, escuché una entrevista que en principio tenía que ser interesante para mis alumnos, no para mí. La entrevistada dijo «no somos nuestras circunstancias, somos lo que decidimos hacer con ellas». ¡pum! Era momento de tomar de mi propia medicina. Soy lo que decido. Y decido estar en paz. En paz con mis luces y mis sombras, con mi realidad y mi fantasía, con mi debilidad, en paz porque Cristo es mi paz.