¿Cuál es la probabilidad de que una charla entre dos extraños, mujer y hombre, empiece con lo típico (¿de dónde eres?) Y termine con las diferencias culturales y generacionales y sus consecuencias a corto plazo? Con Basilis, es posible.
43 años. Casado con una chica rusa muy guapa y dulce. Trabaja para la clase acomodada de su ciudad. Decepcionado de la superficialidad de sus colegas masculinos. Le horroriza que su hija llegue a mandar los mensajes eróticos que el recibe de chicas de 16 años que por 10 euros mandan fotos comprometedoras o por 25 hacen un trío. Y no es que la prostitución sea nueva en Grecia, es la razón por la que lo hacen: el nuevo iPhone. Por supuesto ellas se ven a sí mismas como chicas normales.
Habíamos visto la prostitución religiosa, por necesidad, por placer y ahora esta pseudo necesidad. Ya no es vender un cuerpo para comer y alimentar a una familia, vender un cuerpo para alimentar el ego en las redes sociales. ¡Ay si el apóstol Pablo levantara la cabeza!
Y los chicos con los que trabaja, 22 años y teniendo un buen auto y una chica de buen trasero, creen que están en el Monte Olimpo. Sin planes de futuro, sin motivación para crecer.
Si Basilis fuera religioso probablemente diría que Instagram es del diablo (y se lo dijo a la que maneja 3 cuentas de Instagram) . Si Basilis fuera religioso también podría haber dicho que se acerca el juicio final porque a su juicio las mujeres son la sal de la tierra, y han perdido su sabor. Las mujeres maduran antes que los hombres, los hombres nunca maduran (según él, y algunos otros). Las mujeres son una especiede ancla (si es algo natural o más bien una espectativa cultural, no lo sé), dándole a sus hombres el equilibrio que necesitan, pero si las mujeres pierden su estabilidad la sociedad queda a la deriva.
Cuando la sal de la tierra está ocupada admirándose frente al espejo de la realidad virtual, cuando a la sal de la tierra sólo se le pide tener un buen auto, cuando alquilar un cuerpo es más barato y fácil que nunca, la sociedad queda a la deriva.
Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?