Un amor que no compromete su esencia

Mentiritas blancas para gustar al que me gusta. Pequeñas licencias de autor para exagerar los hechos y contar una historia más interesante. Photoshop con palabras para conseguir un ascenso. Decir que sí cuando el realidad quiero decir no. Evitar conflictos pagando con trocitos de integridad.

El amor de Dios no compromete su esencia. No renuncia a su naturaleza cegado por el «amor» a sus criaturas. No lo acepta todo, sino que provee alternativas a nuestras carencias. No cambia sus promesas para agradar al oyente, a todos promete lo mismo, de todos espera lo mismo. Un Salvador generoso que sufre rechazo, lo que no le detiene de intentarlo otra vez.

¿Y si amaramos con más integridad a nuestros semejantes? Sin comprometer lo que somos o lo que creemos, sin amputar nuestras necesidades por miedo a la soledad. Sin negar nuestras metas y llamado. Si tan solo fuéramos más transparentes y valientes al darnos a conocer, nuestros valores, principios, lo que podemos comprometer y lo que no.

El amor verdadero no compromete su esencia, porque no se puede amar bien con el alma agujereada.

Mejor no

El odio es una estrategia de marketing, nefasta. Es una herramienta de convencimiento contraproducente. Absolutismo emocional. Odiar es subestimar la mesura y exaltar las propias limitaciones.

Odiar es acumulación de hartazgo e incomprensión. ¿Necesidad de atención? Es como una motosierra con criterio firme. Es la suposición de conocimiento pleno, superior e inerrante. Energía emocional que busca desahogo pero solo deja división. Es el hijo del miedo y de la arrogancia. Pero el perfecto amor echa fuera el temor.

Fuimos llamados a tener criterio. A analizarlo todo y retener lo bueno. A ser rapidos para escuchar, lentos para enojarnos, astutos como serpientes y mansos como palomas. Nos dijeron que todo tiene su hora tiempo de hablar y tiempo para callar, o sea, a elegir con sabiduría cuando toca qué. Porque en la ira de los hombres no obra la justicia de Dios.

Ana

Entonces Ana oró y dijo:

«Mi corazón se regocija en Jehová,
mi poder se exalta en Jehová;
mi boca se ríe de mis enemigos,
por cuanto me alegré en tu salvación.
No hay santo como Jehová;
porque no hay nadie fuera de ti
ni refugio como el Dios nuestro.
No multipliquéis las palabras de orgullo y altanería;
cesen las palabras arrogantes de vuestra boca,
porque Jehová es el Dios que todo lo sabe
y a él le toca pesar las acciones.
Los arcos de los fuertes se han quebrado
y los débiles se ciñen de vigor.
Los saciados se alquilan por pan
y los hambrientos dejan de tener hambre;
hasta la estéril da a luz siete veces,
mas la que tenía muchos hijos languidece.
Jehová da la muerte y la vida;
hace descender al seol y retornar.
Jehová empobrece y enriquece,
abate y enaltece.
Él levanta del polvo al pobre;
alza del basurero al menesteroso,
para hacerlo sentar con príncipes
y heredar un sitio de honor.
Porque de Jehová son las columnas de la tierra;
él afirmó sobre ellas el mundo.
Él guarda los pies de sus santos,
mas los impíos perecen en tinieblas;
porque nadie será fuerte por su propia fuerza.
Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios
y sobre ellos tronará desde los cielos.
Jehová juzgará los confines de la tierra,
dará poder a su Rey
y exaltará el poderío de su Ungido.»

Caracoles

Y Dios me dio caracoles, no buen samaritano a la vista, sólo caracoles bebé.
Me caí sobre mi rodilla izquierda hace un par de días. La palma de mis manos está intacta, mis leotardos intactos, la piel de mi rodilla desapareció… Desde entonces cojeo. No me gusta quedarme sentada mientras doy una clase, pero ayer no tuve opción. Después de la clase decidí parar a buscar vendas y comida, ¡lo que no sabía es que el transporte público estaba en huelga! Tuve que caminar 1,5 km cuesta arriba desde la estación de tren hasta mi casa. Esperaba que si un conductor me veía cojeando, se ofreciera a llevarme (pero mamá me dijo que subiera al auto con desconocidos…), un buen samaritano. Pero no sucedió, como en julio, cuando nadie apareció. Intento estar ahí para mi gente, pero aparentemente nadie está ahí para mí. Otra vez sola. Nuevamente me quedé caminando lentamente, teniendo mucho tiempo para admirar como luce el otoño en los jardines de las casas del camino. Entonces vi al pequeño ejército de pequeños caracoles. Una vez que ves uno encuentras el resto. Todo el camino hacia arriba, moviéndose lentamente… como yo. Estuve tentada de hacer mi propia fiesta de la autocompasión, pero estos pequeños me recordaron que la lentitud no es mala, es natural y necesaria.

Tuve tiempo para pensar que le pido a Dios que mande personas cuando necesito ayuda. Una especie de secretario galáctico que me contacta y hace pasar a las personas que necesito cuando las necesito… en lugar de ser ese amigo que te dice: no tengo auto pero voy a caminar contigo, y si tienes que parar a descansar, hacemos una pausa. No tengo prisa. El Dios que camina conmigo, y con los caracoles.

Tan diferentes, tan iguales, tan festivos. Un día en una feria alemana.

Leí hace tiempo que se necesitan 8 años  para entender una cultura. 8 años desde el momento en que hablas el idioma de la cultura que quieres entender. Llevo 10 años aferrándome a esa premisa.

Aún no sé cuándo se «debe» llevar tarta a la oficina, qué aspectos de la vida son privados y que cuáles son atañen lo profesional. Me he acostumbrado al contacto visual indirecto, y ese afán de no entrometerse en la vida privada de los demás… lo echo de menos cuando estoy lejos. No sé cuando un conocido se convierte en amigo. Sé que la ayuda no se ofrece, se pide, entonces se obtiene. Pero me faltaba un aspecto de la cultura nativa por ver, el festivo sin filtros. 

Ordenados en mesas numeradas, con horario para empezar y para terminar, emocionados ante la expectativa de pronto tener licencia para «bailar» sobre los bancos en los que están sentados, verse a los ojos y hablar con extraños sin sentirse mal por ello. Una combinación de música entre lo muy local y grandes éxitos internacionales de los 70 a los 90. Tal vez las expresiones festivas de cada cultura se convierten en su cliché, ya sea en pantalones de cuero o con guayavera, al final todos necesitamos celebrar algo, vernos a los ojos y conectar con otros. Al final no somos tan diferentes.  Al final siempre hay música para el alma, comida para el cuerpo y alcohol para el dolor, la soledad y la desesperación. No somos tan diferentes. 

El festival popular, resulta ser popular. Imposible distinguir (a ojo extranjero) quién es quien. Jefe o empleado, empresario o repartidor. Pantalones de cuero y camisas a cuadros, vestidos con encajes y lazos de colores, tan similares entre ellos, ¿una ilusión en una cultura que aspira a la igualdad? Lo cierto que es comparten códigos, eso que todos saben pero no se puede explicar con palabras, saben qué y cuándo cantar, qué y cuándo responder y brindar al unísono. Es todo eso que transmite de una generación a otra sin palabras: lo que es honorable y lo vergonzoso, lo que es aceptable y lo que no, las reglas y sus excepciones. Tan similares entre ellos. Entender por qué lo hacen tal vez me tomará otros 8 años. Tal vez para ellos yo sea igual de incomprensible, pero no somos tan diferentes.

Pero que la música, sea cuál sea, que no falte.

Sabiduría de Basilis

¿Cuál es la probabilidad de que una charla entre dos extraños, mujer y hombre, empiece con lo típico (¿de dónde eres?) Y termine con las diferencias culturales y generacionales y sus consecuencias a corto plazo? Con Basilis, es posible.

43 años. Casado con una chica rusa muy guapa y dulce. Trabaja para la clase acomodada de su ciudad. Decepcionado de la superficialidad de sus colegas masculinos. Le horroriza que su hija llegue a mandar los mensajes eróticos que el recibe de chicas de 16 años que por 10 euros mandan fotos comprometedoras o por 25 hacen un trío. Y no es que la prostitución sea nueva en Grecia, es la razón por la que lo hacen: el nuevo iPhone. Por supuesto ellas se ven a sí mismas como chicas normales.

Habíamos visto la prostitución religiosa, por necesidad, por placer y ahora esta pseudo necesidad. Ya no es vender un cuerpo para comer y alimentar a una familia, vender un cuerpo para alimentar el ego en las redes sociales. ¡Ay si el apóstol Pablo levantara la cabeza!

Y los chicos con los que trabaja, 22 años y teniendo un buen auto y una chica de buen trasero, creen que están en el Monte Olimpo. Sin planes de futuro, sin motivación para crecer.

Si Basilis fuera religioso probablemente diría que Instagram es del diablo (y se lo dijo a la que maneja 3 cuentas de Instagram) . Si Basilis fuera religioso también podría haber dicho que se acerca el juicio final porque a su juicio las mujeres son la sal de la tierra, y han perdido su sabor. Las mujeres maduran antes que los hombres, los hombres nunca maduran (según él, y algunos otros). Las mujeres son una especiede ancla (si es algo natural o más bien una espectativa cultural, no lo sé), dándole a sus hombres el equilibrio que necesitan, pero si las mujeres pierden su estabilidad la sociedad queda a la deriva.

Cuando la sal de la tierra está ocupada admirándose frente al espejo de la realidad virtual, cuando a la sal de la tierra sólo se le pide tener un buen auto, cuando alquilar un cuerpo es más barato y fácil que nunca, la sociedad queda a la deriva.

Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?

El unicornio de los millenials.

Crecimos escuchando que somos especiales, que nos merecemos todo, que podemos tenerlo todo, que nunca ha habido una generación con tantas oportunidades como la nuestra, que el futuro era nuestro y que cambiaríamos el mundo.

Pensamos que íbamos a tener el final feliz de las series que veíamos en televisión. Pensamos que un título universitario era garantía de trabajo estable y seguro. Pensamos que lo que les funcionó a nuestros padres nos funcionaría a nosotros también. Metas boomer con recursos millenial. Pero no.

La meritocracia no pudo contra la precariedad laboral. Las crisis de cada país alejaron poco a poco el espejismo de estabilidad y seguridad que creímos ver en nuestros padres. La globalizacion se llevó puestos de trabajo a países donde la mano de obra fuera más barata. Nos dimos cuenta de que somos reemplazables.

Llegaron las redes sociales y compramos el cuento de que es posible tener una vida perfecta y digna de publicar. Otros, quienes quiera que sean, pero no nosotros. Y en ese esfuerzo por mantenernos a flote, nos quemamos. Nos cansamos de perseguir al unicornio. Nos cansamos de demostrar que somos la generación mejor preparada de la historia de nuestros países, pero que igual no llegamos a fin de mes. Y del cansancio a la terapia y de la terapia a la resignación. Hasta que un día un golpe de suerte resucita al unicornio y vuelta a empezar.

23.08 actualización. Re escuchando una charla del médico/neurocientífico Facundo Manes, me llamó la atención la siguiente siguiente idea: la meritocracia no funciona porque no la igualdad no existe. La meritocracia tendría sentido si todos tuviéramos las mismas oportunidades. Lo que tiene sentido para mí, pero me me deja la duda: ¿la igualdad objetiva es posible? Todos los las mismas capacidades, las mismas oportunidades y la misma motivación… en definitiva, un unicornio.

https://cadenaser.com/nacional/2022/06/19/el-trabajo-es-como-un-mal-amor-ni-te-dignifica-ni-te-da-la-vida-que-creias-que-ibas-a-tener-retrato-de-los-millennials-quemados-y-atrapados-entre-la-precariedad-y-la-expectativa-cadena-ser/

Terapia para haters.

Roberto Bolaño decía que escribir es un ejercicio de masoquismo (1). Bolaño evidentemente no se refería a escribir/esparcir opiniones por las redes sociales. El proceso de escritura, según dicen los que saben de esto, tiene su dosis de infierno, es una convivencia forzosa con la autocrítica, tus miedos e inseguridades, las exigencias de la editorial y las expectativas de tus lectores. Por cada frase que escriben se descartan tres. Un infierno. Por no hablar del famoso bloqueo del escritor. Pero por supuesto, aquellos que comparten sus opiniones con tanto ímpetu (que no dejan de ser eso, sus opiniones, suyas de ellos), no sufren nada de esto. Es más, parece que para ellos es más una necesidad, casi como algo liberador. ¡Qué suerte tienen algunos!

El fin de semana, por primera vez en mucho me tomé un fin de semana para mí, para aprender algo nuevo que no está relacionado con mi trabajo. Tomé un curso de Hand Lettering. No puedo evitarlo, me gusta la simetría, las letras curvadas, gruesas por un lado, más delgaditas por otro, me gusta su aspecto delicado… Lo que por supuesto se no sabía es el proceso de pensar y visualizar el movimiento de la mano antes de empezar a escribir. Casi 4 horas después, porque se empieza dibujando circulitos y palitos, por fin empezamos con las letras. Y al final del primer día por fin pude escribir mi nombre. Me sentía como una niña en la escuela. Qué orgullosa me sentí. Qué básica soy.

Hay que pensar como unir las letras de cada palabra. Cada letra. Una por una. Así que, o escoges bien tus palabras o te pasas un día entero con una frase. Hay que practicar antes de escribir. Hay que poner atención a la velocidad de la pluma, saber donde hacer pausas, dónde ejercer presión y dónde soltar. Conviene tener buena ortografía, si no… Dicen que con el tiempo se vuelve un ejercicio automático, pero ese día está lejano para mí. Pensé en lo fácil que es ahora escribir, con dos pulgares basta, y si te equivocas, borras, no hay que tirar todo el manuscrito. No gastas papel. No gastas tinta. Es «gratis». Es fácil.

Instagram nos hace creer que somos fotógrafos, sus maravillosos filtros son a prueba de tontos. Tweeter sugiere que tenemos algo que decir, solo hace falta un poco de pasión, y como decían los antiguos, saber juntar las letras. Pero si comentar o compartir algo fuera tan trabajoso como el Hand Lettering, más de uno lo pensaría. Pocos los harían, estoy segura.

Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar o escribir y tardo para airarse.

(1) La ventana de los libros, Cadena Ser. 13.06.2022.

Este post fue incubado 4 días. Un infierno.

Las conclusiones de los jueves: el filtro.

Uno de los efectos colaterales de «facilitar» un grupo de estudio bíblico compuesto por entes pensantes diametralmente opuestos a mi círculo natural, es que tienes que replantearte algunas cosas. ¿Y si no todos comparten mi línea de interpretación? O lo que es «peor» ¿y si ellos tienen argumentos válidos que apoyen otro punto de vista? Por ejemplo hablando sobre los dones espirituales, las palabras de sabiduría (1 Corintios 12). ¿son un don permanente o puede ser intermitente o incluso temporal? Si es algo permanente, ¿una persona hablará siempre con sabiduría independientemente de su estado físico, emocional y espiritual?

A todo esto se suma el «problema» del amor (1 Corintios 13). Esas palabras de sabiduría ¿han pasado el filtro de paciencia, amabilidad, libre de envidia, jactancia y orgullo; busca la honra de la otra persona, no son palabras egoístas, ni nacen de un enojo o de una lista de resentimiento, son palabras que se complacen en el bienestar y la verdad, buscan proteger al otro, están llenas de esperanza y perseverancia?

Cap. 12 es el Espíritu Santo quien equipa a las personas para edificar la iglesia. Un solo Espíritu que capacita a muchas personas para muchas tareas diferentes pero extremadamente importantes. Conclusión: nos necesitamos unos a otros.
Cap. 13. Los dones son geniales PERO lo que los creyentes deben dominar es el amor. Sin amor los dones son excusas para aparentar.

El amor es paciente, el amor es amable. No tiene envidia, no se jacta, no es orgulloso. No deshonra a los demás, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda registro de los agravios. El amor no se complace en el mal, sino que se alegra con la verdad. Siempre protege, siempre confía, siempre espera, siempre persevera.
El amor nunca falla.

Nuestra verdadera motivación para hacer lo que hacemos marca la diferencia en el resultado: bendecir, edificar a otros o hacer un ruido desagradable (v.1)
Conclusión: solo el amor logra resultados óptimos.

Si…


Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
la pierden y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también toleras que tengan dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.

Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.

Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: «¡Resistid!».

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno en exceso.

Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!

Rudyard Kipling, 1895 (original «If-«)