Si el universo y la estupidez humana no tienen límite, la crueldad y el sadismo parecen ser igual de infinitos. Los recientes descubrimientos en México solo sirven para aclarar al público en general que los campos de exterminio siguen de actualidad, para desgracia de todos. No sé que clase de persona de ciencia decide comprobar su hipótesis sobre si cuerpos expuestos al sol se compactan a la hora de cremarlos y después ir a cenar con su familia, como si su aportación a la ciencia fuera éticamente admirable. No sé que clase de político encuentra paz en su silencio a cambio de dinero para comprarse cosas y satisfacer al dios “materialismo” al que sirve con todo su ser, y cuyos deseos nunca satisfará (y eventualmente acabará con él o ella).
Callamos y cerramos los ojos ante en infortunio de los demás cuando nos sentimos seguros en nuestra posición. Envalentonados por esa falsa seguridad nos sumergimos en la apatía que se cobra la vida de otros que no tienen la “suerte” de ser como nosotros. Callamos hasta que poco que en realidad nos importa se ve afectado. El problema es que unos tienen un radio de empatía muy amplio, en el que caben sus semejantes, incluso los que se ven o piensan diferente; mientras que otros no tienen misericordia ni de sus propias almas.
¿De qué le sirve a las personas ganar el mundo, si pierden su alma por el camino?
