Estamos en esa época del año cuando muchos de nosotros no podemos evitar echar la vista atrás, en parte para confirmar que estamos en el camino correcto, en parte para enmendar o prevenir errores. Esperaba terminar este año un par de proyectos grandes que tendrán que esperar unos meses más hasta ver la luz, y eso me ha causado un poquito de frustración. Otro tanto de frustración llenó mi copa al cancelarse un viaje muy esperado. Pero lo que más me ha pesado estas últimas semanas es la esperanza fallida de dejar este sótano por un apartamento un poco más grande.
Todo empezó hace unas semanas con un comentario amable de mi arrendador ofreciendo por el mismo precio, mínimo, un apartamento más grande, sino es que una casa completa para mí sola. La idea de tener una casa de esas características para una persona con mi sueldo fue sencillamente desbordante. Mi mente amuebló esa casa, la llenó de historias, invitó a amigos y desconocidos, se celebraron cenas, me eché la siesta en el sofá viendo la lluvia caer, canté en la ducha, hasta utilicé el horno para calentar pizzas congeladas. Tendría mi propia plaza de aparcamiento (para el auto que no tengo o para los autos de mis visitas). Era simplemente perfecto. Mi vida estaría completa entonces.
Pero las semanas de «dulce» espera se han vuelto amargas. El tiempo pasa, y mis intentos por contactar con mi arrendador para asegurarme un lugar más grande caen en saco vacío. Me temo que no seré yo la que disfrute de las reformas que se están haciendo a la casa, me temo que seguiré por un tiempo más en el sótano, literal y metafóricamente hablando.
Eva, la madre de todos los hombres, vivía en el paraíso, literalmente. Pero en su corazón se incubaba una duda mortal: el Creador le estaba negando algo. No importa que tan perfecto fuera todo a su alrededor, el marido perfecto, el trabajo perfecto, la casa perfecta, el pelo perfecto, el cuerpo perfecto, la comida perfecta, el clima perfecto, Eva no pudo evitar sentir que a su vida le faltaba un poquito más para ser perfecta. Y esta duda, que cuestionaba abiertamente el carácter del Creador, le llevó a creer otra mentira: yo puedo arreglarlo. Básicamente la premisa sigue siendo la misma: yo puedo satisfacer mis propias necesidades, yo sé lo que necesito. El Tentador encontró un terreno abonado y listo para sembrar infelicidad y muerte, y no desaprovechó su oportunidad. Desde entonces, los descendientes de Eva luchamos con la misma duda: Dios me está negando algo, no tengo todo lo que «necesito» y por eso yo tengo que encontrarlo.
«Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» dijo Pablo. Viviendo en un sótano, o viviendo en la casa más grande del pueblo, teniendo un sueldo fijo y viviendo al día, sola o acompañada, con hijos o sin ellos, famosa o en el olvido, el Creador no me ha negado nada. Por eso «vuelve, oh alma mía, a tu reposo, porque Jehová te ha hecho bien. «