Ellas

Acaba de salir de regreso a casa.  Es el despiste personificado, pero nada dice más «tu amistad es importante para mí» que conducir 700 kms para poder echar unas risas juntas.  Sin contar a mi familia, ella es la que más ha venido a casa.

Mi trabajo está en el aire, mi apartamento está en aire, todo es incierto. Pero esta visita de exactamente 24 horas me recordó algo: lo que tengo no se puede comprar con dinero.

Tengo 2  tesoros que se plantan en mi casa a las 11 de la noche cuando siento que la ansiedad me aplasta contra la pared. Ríen a todo pulmón y la buena comida está asegurada.  Otros dos tesoros cruzan el océano tantas veces como pueden para pasar madrugadas hablando de los «últimos acontecimientos».  Antes de irse se aseguran de dejar suficiente comida en mi alacena porque saben que ir a supermercado es a veces un lujo.  Otro tesoro es tan fan de mi «trabajo» que creo que inconscientemente ha transmitido esto a sus hijas y ahora ellas piensan que soy «súper cool».  No me saludan porque son muy tímidas, pero me hacen dibujos.  Otro de mis tesoros me da las llaves de su casa para que salga y entre cuando quiera. Y a pesar de haber estado allí varias veces sabe que olvido el número de su portal y me lo manda en un mensaje. Nadie con el corazón tan tierno como ella.  Las hay que cocinan y organizan fiestas sorpresa, las hay que aparecen una vez al año, por mi cumpleaños.  No se olvidan de traer un regalo aunque yo no les he haya dado uno en años.  Las hay que después de años de silencio reaparecen dispuestas a horas de pura cháchara.  En realidad nunca se han ido, sólo han estado en silencio.  Las hay con proyectos «locos», de ellas hay mucho que aprender.  Las hay que me entienden a la perfección, las hay que no, pero se esfuerzan por hacerlo.

Mis tesoros vienen en todas las tallas, colores, edades y profesiones. No nos unen lazos sanguíneos, nos une la amistad.  Quizás también algo de afinidad, una misma fe, la necesidad de animarnos y el deber de ser sinceras.  Ellas enriquecen mi vida.

«… no hace falta dar sus nombres y apellidos, porque ellos mismos ya se dan por aludidos.»  Marcos Vidal, Mi regalo.