Aprende otro idioma decían, será divertido, decían…

Título original: Los que nunca aprenderán otro idoma (parte 2)

Nadie nace sabiendo, dice mi madre. Los niños pequeños lo saben, y por eso tienen esa curiosidad tan grande por descubrir el mundo, pero a medida que aprendemos cuatro cosas, creemos que lo sabemos todo y nuestras flexibles y absorbentes mentes infantiles se endurecen como piedra.

Otro factor que causa frustración, especialmente entre aquellos que estudian en grupo, es ver que el que se sienta al lado tuyo no sólo entiende más rápido sino que pronuncia mejor que tú. Esto es especialmente duro para las personas perfeccionistas y competitivas.  Así que tienes dos opciones:  1. hacerte su amigo para que te traduzca lo que el maestro dice o 2. dejar que la envidia te corroa secretamente y compararte con él o con ella por el resto del curso. La opción número uno es la mejor para todos.  Para los maestros porque evita el mal ambiente en la clase, para el resto de la clase porque se asegura una doble explicación de lo que pasa en el aula, pero sobre todo para el alumno aventajado, porque al explicar o traducir a sus compañeros ejercita y pone a prueba sus conocimientos.

La envidia nace de la comparación maliciosa, de ese deseo de ser como el compañero, deseo que tener las habilidades del otro.  Y aunque sabemos que compararnos con los demás sólo nos causará dolor (y no agilizará para nada el proceso de aprendizaje), lo hacemos sin darnos cuenta.  Los que se sobreponen a la frustración de encontrar a alguien que hable mejor, con mejor acento y menos errores, tiene más posibilidades de hablar idiomas. Los que se sobreponen a la frustración de ser corregidos constantemente y no se rinden son los que no sólo podrán comunicarse con más eficiencia y libertad.

Recuerdo una niña en una de mis clases de inglés.  La esencia de la envidia personificada.  No soportaba que ningún otro fuera mejor que ella, y si alguien osaba a serlo, el berrinche estaba garantizado. Quizás esta pequeña sólo sea el reflejo del mundo que la rodea. Un mundo en el que cada día tenemos menos tolerancia a la frustración.

Mi trabajo como maestra es proporcionar seguridad a aquellos que aprenden más lento, porque sé por experiencia propia, que ser lento no es sinónimo de ser tonto, sólo necesitamos un poco más de tiempo y empatía. Quizás mis alumnos necesiten recordar que cada uno tiene su tiempo y su modo de aprender y que cada uno es maravillosamente diferente. Algunos aprenden maravillosamente rápido, y otros maravillosamente despacio.

 

Los primeros 45 minutos de clase

Título original: perfil de los que posiblemente no aprenderán otro idioma (parte 1)

La vida da vueltas.  Vivir en un sótano no estaba en mis planes, tampoco lo era trabajar dando clases de español tan lejos de la eterna primavera.  Trabajo con adultos que, por amor, negocios o deseos de aventura, invierten tiempo y dinero en aprender el idioma de Cervantes. Disfruto conociendo nuevas personas, sus historias, pero sobre todo descifrando (o adivinando) cómo procesan, almacenan y recuerdan la información que les doy.  Son un rompecabezas gigante que debo resolver en 45 minutos porque si no, no vuelven. La edad es un factor importante, con la edad se pierde rapidez para procesar, almacenar y para echar mano de esa información ya almacenada. También es cierto que a aquellas personas ya hablan un segundo idioma se les facilitará un tercero.  Igual de cierto es que para los que entienden cómo funciona su lengua materna, aprender otro idioma será menos… complicado.  Pero esto de la madurez lingüística (o trasfondo académico) es una arma de doble filo. Ya veréis por qué.  Llegado este punto debo hacer una aclaración: no soy maestra de español de profesión, sólo una maestra de vocación y siempre dispuesta a aprender.

Perfil de los que posiblemente no aprenderán otro idioma

Esto no tiene nada que ver con la inteligencia, sino con la capacidad de desenvolverse en un medio extraño.  Es verdad que la habilidad natural ayuda, pero no es determinante, como en otras tantas áreas de la vida. Pero la habilidad natural puede ayudar para aspectos como la pronunciación, pero la corrección viene con la práctica y la disciplina, como en otras tantas áreas de la vida.

Los que no se sobreponen a la frustración inicial del balbuceo

Creo que invierto más energía intentando reducir la frustración de mis estudiantes que dando contenido nuevo.  Ya sea por prejuicios hacia el español o por sus propias inseguridades, los adultos se frustran como niños.  Los niños tienen la ventaja de poder expresar su malestar con libertad y desconectar, mientras que los adultos deben mantener la compostura y la profesionalidad. El hecho de no poder comunicarse al mismo nivel y a la misma velocidad a la que lo harían en su lengua materna causa frustración.  Seguramente han olvidado que no nacieron sabiendo hablar así de bien, que fue un proceso de muchos años en el que intervinieron muchas personas. Algunos quieren hacer frases elegantes y complicadas, dar charlas sobre el sentido de la vida, o explicar las metáforas ocultas en el cine de autor, cuando ni siquiera entienden lo que el camarero les dice en una cafetería en Andalucía.

Quizás sea verdad que los adultos no tenemos tiempo para invertir en procesos, queremos resultados, y los queremos ya.

También es frustrante ver cómo cometes el mismo error una y otra vez. Y mira que lo sabes, hasta usas marcadores de colores para verlo bien, pero no funciona.  Bien dicen que el hombre es único animal que  tropieza dos veces con la misma piedra. Alguien escribió que los grandes hombres no aprenden idiomas, porque para hacerlo hay que pasar por estúpidos.  Y es cierto.  Hay que estar dispuesto a no entender, a que no todo el mundo sea amable y paciente mientras intentas formar una oración de tres palabras, a que se rían por tu pronunciación, en definitiva, a volver a tener dos años de edad (con la desventaja añadida de que nadie pensará que te ves adorable balbuceando).

Personalmente encuentro esa pérdida temporal del habla bastante enriquecedora, porque te obliga a usar toda la comunicación no verbal que usan los niños.  La amabilidad, generosidad y empatía se pueden transmitir perfectamente sin palabras, como los niños.