Hoy es uno de esos días, no sé como va a terminar. Como muchas de mis estupendas colegas, estoy esperando esos correos electrónicos que me comuniquen que, muy a su pesar, deben cancelar mis clases. Confinamiento suave… actividad no esencial… grupo de riesgo… son palabras que nunca pensé tener que explicar, pero es nuestra realidad.
Ayer unos alumnos me contaron que su empresa va a despedir a la mitad del personal de oficina, y cerrará una planta a unos kilómetros de aquí. El Corona vino a poner el bandeja el despido de miles y es el paraíso de los artífices de la precariedad laboral. El lunes me enteré que una de las escuelas para las que trabajo cierra el próximo marzo… ¿de dónde vendrá nuestro socorro?
Y aunque mi futuro a medio plazo parece seguro no puedo evitar sentir miedo por la esta dirección que está tomando el mundo. Gris, frío, impersonal, solitario, acero, así lo veo.
Pero en medio de este constante goteo de penurias, propias y ajenas, cosas buenas pasan. De repente un mensaje: «el martes… lo tenemos todo planeado. Paso por ti a las 3» nunca he sido fan de las fiestas de cumpleaños, pero estas cabezonas ignoran mis gruñidos. El sol saldrá mañana, el aire de momento sigue siendo gratis, tengo una receta para aprender a hacer «conchitas» (pan dulce), y gente con quien compartirlo, sigo teniendo hobbies y libros que leer. Y aunque todos estemos en un compás de espera, todos tenemos la opción de decidir que haremos con esto que nos toca vivir.
Esa es la pregunta, ¿qué haré con esto que me ha sido dado? 4 semanas queridos, 4 semanas.
P.d. ¿y si este apretón de tuercas nos sirve para materializar nuestros miedos y quejas es algo más productivo?