Carta a un deportado

Si emigrar no es fácil, regresar no lo es menos. Si emigras con miedos y expectativas en el equipaje, regresas con más de lo mismo, miedos y expectativas. Si en el proceso de adaptación hay decepciones, regresar a casa tiene sus propias decepciones que se agravan porque piensas que regresas a lo conocido. Pero lo conocido eso es solo una ilusión.

Tú has cambiado. Alejado de la supervisión de los tuyos desarrollarte gustos nuevos e ideas nuevas. Lo que traía alegría y tranquilidad, en tu exilio se convirtió en algo simple, tal vez hasta te avergüences de ello. Adquiriste gustos occidentales, sofisticados. Has visto el «desarrollo» y la «abundancia» de cerca, y no puedes fingir que no lo has visto. Estuviste en la tierra que «fluye leche y miel», pero la vida te lleva de regreso a casa. Conociste a gente que logró el sueño americano, pero no es tu caso.

Llegas. Todo es más pequeño, sucio y descuidado de lo que recordabas. Tu gente te parece más bajita y morena de lo que los recordabas. No recordabas los techos de lámina tan oxidados, los postes con un nudo de cables peligrosamente expuestos. Con razón se va la luz con tanta frecuencia. ¿De donde salen tantos perros callejeros? Si eres de los afortunados, escucharás el ladrido, casi llanto desconsolado o aliviado, de tu fiel amigo de 4 patas que un día te vio partir y no entiende por qué tardaste tanto en regresar. Pero tus humanos te ven diferente. Ellos te ven con cierto desconcierto. Eres y no eres el que se fue. Te ven, pero no están seguros si sigues siendo tú. Ven tu sorpresa, tu desconcierto, tus dudas y tú los ves a ellos intentando recordar lo que ensayaste en el avión pensando en este momento.

Regresaste. ¿Fracasaste? No traes regalos bonitos o historias inspiradoras que contar. Pero regresaste, y sobrevivir es logro, una pequeña victoria sobre la muerte. Sabes perfectamente que tu vida estuvo en peligro muchas veces. No eres el mismo, pero ¿te gustaría seguir siéndolo? ¿Te gustaría que todo siguiera igual? Tienes una oportunidad de reinventarte, reescribir tu presente, pero tomar al toro por los cuernos requiere de tanto valor como cruzar una frontera. No te apresures, piensa en tu siguiente movimiento con la cabeza fría. No tomes decisiones importantes hasta que la vergüenza y la culpabilidad te suelten la mano, son pésimas consejeras. Que la soledad o la incomprensión no te preocupen, los que quieran acompañarte lo harán. No te enfades con los que quieren que todo siga como siempre o que tú seas el de antes, ellos también tienen miedo. Todos tenemos miedo. Todos vivimos con vergüenza y culpa.

Los problemas de dinero no siempre se solucionan con dinero, sino con creatividad (y mucho trabajo), y tú has visto mundo. ¿Cómo puedes usar las experiencias de tu vida en el exilio para crear o mejorar tu presente? ¿Qué harían en tu situación las personas que tú admirabas? Jefes, vecinos, amigos, etc. Tu vida no es casualidad, lo que has vivido hasta ahora tampoco.

Bienvenido a casa. Puede que no sea la casa que recordabas, pero puedes remodelarla a tu gusto hasta que la sientas tuya.

Caracoles

Y Dios me dio caracoles, no buen samaritano a la vista, sólo caracoles bebé.
Me caí sobre mi rodilla izquierda hace un par de días. La palma de mis manos está intacta, mis leotardos intactos, la piel de mi rodilla desapareció… Desde entonces cojeo. No me gusta quedarme sentada mientras doy una clase, pero ayer no tuve opción. Después de la clase decidí parar a buscar vendas y comida, ¡lo que no sabía es que el transporte público estaba en huelga! Tuve que caminar 1,5 km cuesta arriba desde la estación de tren hasta mi casa. Esperaba que si un conductor me veía cojeando, se ofreciera a llevarme (pero mamá me dijo que subiera al auto con desconocidos…), un buen samaritano. Pero no sucedió, como en julio, cuando nadie apareció. Intento estar ahí para mi gente, pero aparentemente nadie está ahí para mí. Otra vez sola. Nuevamente me quedé caminando lentamente, teniendo mucho tiempo para admirar como luce el otoño en los jardines de las casas del camino. Entonces vi al pequeño ejército de pequeños caracoles. Una vez que ves uno encuentras el resto. Todo el camino hacia arriba, moviéndose lentamente… como yo. Estuve tentada de hacer mi propia fiesta de la autocompasión, pero estos pequeños me recordaron que la lentitud no es mala, es natural y necesaria.

Tuve tiempo para pensar que le pido a Dios que mande personas cuando necesito ayuda. Una especie de secretario galáctico que me contacta y hace pasar a las personas que necesito cuando las necesito… en lugar de ser ese amigo que te dice: no tengo auto pero voy a caminar contigo, y si tienes que parar a descansar, hacemos una pausa. No tengo prisa. El Dios que camina conmigo, y con los caracoles.