«Un favor inmerecido», es la respuesta automática de muchos en las iglesias evangélicas. No seré yo quien proponga una nueva definición pero mi pregunta hoy es ¿verdaderamente hemos entendido que es la gracia y cuales son sus implicaciones para la vida diaria de los que decimos haberla recibido?
Una de las conversaciones más interesantes que he tenido en los últimos días fue con una amiga alemana. A pesar de que la religión no es un tema que le interese (porque es protestante nominal) terminamos hablando de la crisis en la iglesia luterana en Alemania. Básicamente la religión es más una costumbre típica de personas mayores. El comentario más impactante para mí fue «A mí de qué me sirve la historia de la navidad». Como pude, intenté explicarle en mi limitado alemán que toda la palabra de Dios es relevante y vital para nosotros también en el siglo XXI.
Unos días después, se me ocurrió, con motivo del aniversario de la reforma, empezar a fotografiar iglesias protestantes. Sin querer terminé en un culto luterano, acompañada de unos 25 señores de pelo blanco. A parte del shock que produce asistir a un culto evangélico que más parece una misa, me di cuenta de que los temas son muy parecidos a los de las iglesias evangélicas «libres» en todo el mundo. Dios es amor, Dios nos protege, Dios quiere que ayudemos a otros, lo que es loable, pero para nada Dios nos confronta con nuestro pecado o nos invita a una rendición total. Es como si pasara de puntillas por ciertos temas, porque no quiere sernos incómodo. Pero ¿quién evita esa confrontación? ¿Jesús o la sociedad de pseudo tolerancia en la que vivimos?
Mi amiga definitivamente no se siente pecadora, como tampoco se sentía el hermano mayor del hijo pródigo. Básicamente han seguido el guión establecido lo que les convierte automáticamente en gente buena. Pero eso sí, tienen claro que los que no siguen ese guión socialmente aceptado no son gente buena, según mi amiga los evangélicos con ideas firmes sobre la homosexualidad no son gente buena, porque no es lo popular ahora mismo. El hermano mayor del hijo pródigo tenía claro que su hermano no era bueno porque no quiso esperar a la muerte de su padre para recibir su herencia, trajo vergüenza a su familia con su díscolo comportamiento y tuvo el descaro de regresar y pedir perdón. De alguna forma, él pensaba que merecía los favores de su padre más que su hermano, pero al sorprenderse por el recibimiento a su hermano menor, demostró que él tampoco conocía el carácter generoso y perdonador de su padre. Él tampoco comprendía la gracia.
La gracia puso en marcha el plan de salvación porque 1. mi pecado era grande y notorio delante del Padre y 2. mi Padre celestial quería tener una relación personal y cercana conmigo. El resultado es amor a Dios y a los demás pecadores, que aunque pequen de forma diferente a la mía, también necesitan un Salvador. Todos somos un poco el hijo pródigo, pecadores notorios, y su hermano mayor, pecadores en secreto. De gracia recibimos de gracia damos (Mateo 10:8)