Año nuevo, problemas viejos.

«Estimados pasajeros, llevamos un retraso de 2 minutos, espero que no sea un problema… posiblemente encontremos algo de tráfico más adelante… Mis colegas yo trabajamos turnos de 21 horas, tenemos pausas pero en durante esas pausas debemos dormir, comer, asearnos, preparar, limpiar o reparar el autobús, así que espero que el atasco que nos espera no sea un problema. Saben, algunos de mis colegas tienen títulos universitarios, pero aquí estamos, conduciendo un autobús, no es un trabajo fácil y no cualquiera puede hacerlo… y cada día el drama de siempre, quejas… si se van a quejar por favor piensen en mis colegas y sus turnos de 21 horas.»

Por usar nombres ostentosos y muy del siglo XXI diría que estamos ante un caso de precariedad laboral y estrés financiero. La meritocracia se desmorona bajo nuestros pies, especialmente entre los más vulnerables. Pero donde abunda el desprecio por la dignidad de otros y la indiferencia de otros, abunda la gracia.

La necesidad que tienen los hombres de esperanza y paz con Dios es el gran ecualizador de la condición humana. Ya sea de los que tienen ideas como trasladar plantas de producción al sudeste asiático, como los que deben aplicar a trabajos por desesperación, todos necesitamos esperanza. Todos tenemos miedo, todos anhelamos libertad. Todos en algún momento nos sentimos espectadores impotentes asistiendo al teatro que es nuestra propia vida.

Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra así como en el cielo. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Porque en la abundancia de pan de mi prójimo está mi bienestar. La justicia hacia mi prójimo se transforma en paz para mí. La gracia de Dios reflejada en mis vecinos es mi felicidad. No hay plenitud en una sociedad desigual.

Feliz año nuevo, aunque lo que mi pesimismo estructural en realidad quiere decir es «Venga tu reino» porque hay mucho que no estamos haciendo bien.

Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por siempre.

Inmigrante de largo recorrido

Hace 10 años tomé una decisión arriesgada, medio suicida. Nunca pensé que fuera capaz de reducir mi vida a dos maletas y plantarme en un aeropuerto rumbo a lo incierto, pero ya no tenía nada que perder. Llevaba años orando por un cambio, intentando que las cosas funcionaran aquí y allá, hablando con unos, escribiéndole a otros, pero nada funcionó. No se abría ninguna puerta. Lo que debió ser un año de espera terminaron siendo 8 en los que al final de cuentas terminé un postgrado, con el plus de descubrir que me gustaba la enseñanza. No fueron 8 años perdidos, solo fueron 8 años de entrenamiento en la sombra. Alemania no era la respuesta a mis oraciones, pero era una respuesta, y sabía que no tomar esa opción me iba a salir muy caro. Más grande que mi miedo a morir en el intento, es mi miedo a llegar al final de mis días con remordimientos, sintiendo vergüenza por mi falta de coraje.

Cuando tenía unos 10 años, en un recital de piano de final de año entré en pánico: no encontraba el «do central». Después de lo que para mí fueron minutos, seguramente sólo unos segundos, de infructuosa observación al teclado de ese piano de cola, decidí cerrar los ojos, levantar las manos y allí donde aterrizaran mis manos empezaría a tocar. Curiosamente mis manos cayeron en el «do central». A ese cerrar los ojos y dejarme llevar yo lo llamo mi momento «recital». De pie en la habitación de mis padres, al teléfono una tarde de junio en mi cálida Andalucía, cerré los ojos y dije «está bien, llego a Frankfurt en agosto». Y como «dijo» Julio César «alea iacta est» (la suerte está echada), o como dicen en el sur, que sea lo que Dios quiera.

Y Dios quiso. Al día siguiente de mi llegada, un alma caritativa me regaló toallas, porque por alguna razón no se me ocurrió que necesitaría por lo menos una, así que no llevé ninguna. Para mí no fue nada extraordinario, pero para mí madre fue casi una epifanía, la señal de que Dios iba delante abriendo caminos. Alemania me ha enseñado que puede ser la tierra que fluye leche y miel, pero también me ha enseñado los dientes, ¡oh sí! Alemania no regala nada, ama sus estructuras, pero también premia el esfuerzo. En trabajo duro sin protestar, nadie le gana a los niños tercermundistas. Aprendí a comer una vez al día y a caminar para no comprar ticket de transporte. Acepté trabajar en condiciones laborables que ningún blanco hubiera aceptado. Aprendí a vivir en un sótano, a armar muebles de Ikea y pintar paredes (ese trabajo manual que jamás hubiera hecho el mi país de la eterna primavera pero que resulta que puedo hacer, y hasta me siento bien desafiando mi sistema).

Tú, Dios, nos pusiste a prueba,
purificándonos como a la plata:
nos dejaste caer en una trampa,
descargaste un gran peso en nuestra espalda;
permitiste que sobre nosotros cabalgaran,
tuvimos que atravesar agua y fuego,
pero tú nos llevaste a la abundancia.

Salmo 66

La mudanza de la magnolia

El fuego cruzado de dos personas me agarró con los sentidos aturdidos. Conseguí 5 minutos de silencio físico, pero solo fue la paz que antecede a la tormenta. Al intentar hacer un llamado a la paz, salí trasquilada.

Parte de ser líder implica verificar que todos están bien, incluso los espectadores . Otra parte de ser líder es no dejar que las cosas se arreglen solas, hay que hablar, no dejarse nada en el tintero. 24 horas después resulta todo fue nada. Pero ya es demasiado tarde para mí. Las sombras de las dudas han estado allí desde el principio se materializaron, tienen nombre y apellidos.

24 horas después una llamada provoca la respuesta automática «si tan solo las cosas se hubieran analizado con más cuidado y realismo» pero llego entre 6 y 25 años tarde a esa conclusión. No depende de mí, nunca dependió de mí. ¿Y ahora?

No puedo evitar que la gente se enoje, no puedo evitar los malos entendidos, no puedo evitar que se tomen decisiones, desde mi punto de vista, poco acertadas, no puedo hacer que la gente quiera o no quiera hacer algo. Simplemente no puedo. No pude evitar que el pequeño árbol de magnolias frente a mi puerta haya desaparecido. La nevada de hace unas semanas quemó las primeras flores, pero no era como para cortar el árbol. El destino de ese pobre arbolito es otra de las muchas cosas que nunca han estado en mis manos. Lo siento por ella.

Cuando miro por las ventanas del salón solo veo una puerta y más ventanas, veo un seto que todavía no tiene muchas hojas, creo que no sabe que estamos en primavera. Esperando ver las ventanas de siempre hoy vi un punto de color fusia. Mis ventanas no están muy limpias pero el color fusia no viene de las huellas que dejan las gotas de lluvia. La pequeña magnolia no fue cortada, simplemente se mudó, la mudaron en realidad. Está donde la puedo ver, incluso desde mi habitación. Es una habitación con vistas a la magnolia. Si lo hicieron a propósito, no lo sé. El destino de ese pobre arbolito es otra de las muchas cosas que nunca han estado en mis manos. Me alegro por ella.

La tarea de la semana

Si estuvieran en una de mis clases de español como lengua extranjera, esta sería la tarea de esta semana.

Chica A es alemana. 25 años, hija de granjeros, amable, servicial, solidaria, lleva la organización en las venas. Está terminando de escribir su tesis de maestría y mandando solicitudes de empleo, aunque de momento sin mucho éxito. Pero estoy segura que tarde o temprano encontrará algo que la motive.

Chica B es mexicana. 30 años, licenciada en psicología, vive en el sur de México (tradicionalmente más pobre que el centro y norte del país, de mayoría indígena). Su padre es pastor y conferencista respetado en la región. Hace unos pocos años decidió abrir una tienda virtual de artesanías (bolsos, complementos, decoración). El propósito era entre otros, trabajar y dar valor al trabajo de las artesanas de su área. Su padre la ayudó en la estrategia de marketing: usando sus redes sociales para dar a conocer el negocio de su hija.  Su madre estuvo involucrada en todo (ahora la madre tiene su propio proyecto…).  Hace unos meses empezaron a hacer envíos a todo el mundo y este año empezaron con su equipo de trabajo, un proyecto de reciclaje de ropa. Su proyecto paralelo se convirtió en su actividad principal, y la psicología clínica en una actividad secundaria.

 

Atrás quedaron los tiempos en los que tener un título era garantía de estabilidad laboral y una jubilación digna (si es que eso en América latina ha sido una realidad). El emprendimiento está en el ADN de Latinoamérica, aunque tal vez no es un emprendimiento meditado sino reaccionario. Las nuevas generaciones se están dando cuenta de que el concepto tradicional de educación y empleo han cambiado, la pandemia solo ha acelerado lo que la precariedad laboral empezó hace algunos años. La relación entre empleado y empleador ya no es hasta que la muerte los separe, sino hasta que encuentre algo más barato.

Daniel Habib, comunicador mexicano, intenta  convencer a los que todavía piensan que el modelo tradicional va a mejorar de que el mundo ha cambiado y necesitan adaptarse. La capacidad de motivar y adaptarse a nuevos escenarios son habilidades quizás más importantes que tener un título.

 

https://youtu.be/vq0owvyIPHk

¿Cómo se entiende el emprendimiento en tu país? ¿Cómo ve tu generación la necesidad de emprender y salir de lo establecido?

«Me Fui – REYMAR PERDOMO (y lo volvería a hacer)

Los hay que migran porque sienten que les falta algo, y esperan encontrarlo al otro lado de la frontera.  Otros migran porque se están quedando sin oxígeno. En cualquier caso dejar atrás lo que uno conoce, ama y le da seguridad es toda una aventura.

«Con mi cabeza llena de dudas, pero me fui» y ¿saben qué? Lo volvería a hacer

Tanto alboroto por un simple tamal…

Una de las cosas que no sabes cuando emigras es que tendrás que enfrentarte a tus propios miedos y complejos. Una de las frases que más me he repetido a mí misma en éstos últimos 6 años es: «no sabía que podía hacer esto» o su variante «nunca pensé que fuera capaz de hacer lo otro».

Y es que cuando emigras y empiezas desde cero lo pierdes todo. Pierdes estatus y conexiones. Eres como un niño que tiene que aprender todo otra vez, cosas como que las botas de invierno deben tener suela gruesa, o que los abrigos mucho mejor si tienen capucha. Aprendes a vestirte, a comer, a comprar, a abrazar o a no abrazar, a hablar, a callar…y también pierdes lo que yo llamo «pertenencia». La pertenencia es ese tejido social que nos dice quienes somos, qué lugar ocupamos y a qué podemos aspirar. La gente no sabe qué esperar de ti, algunos esperan a un semi salvaje con taparrabos, otros, en el mejor de los casos, no esperan nada.

Desde mi punto de vista esto es perfecto. Es la oportunidad perfecta para convertirme en embajadora de los guatemaltecos/latinos que vendrán después. Quiero que el recuerdo que tengan de mí mis jefes, colegas y alumnos sea tan bueno, que si en el futuro conocen a otro guatemalteco le den una oportunidad como me la dieron a mí. Quiero que piensen «una vez conocí a una guatemalteca. Los guatemaltecos son buena gente, trabajadores, profesionales y bien preparados». Tengo la oportunidad de dejar una buena primera impresión, espero que hacerlo bien. (Eso es para mí ser una buena guatemalteca/latina, mi acento mezclado es sólo una anécdota, la prueba tangible de mi hoja de ruta).

¿Y los tamales? De alguna forma he recibido de mi cultura el input de que… las actividades domésticas no son lo mío, especialmente la cocina. Hacer cuchitos, rellenitos o mole es la prueba de que puedo hacer más de lo que mi gente cree que puedo hacer. Esto es algo que nunca hubiera hecho en Guatemala, para qué cocinar si lo puedo comprar, pero la filosofía alemana es totalmente opuesta, ¿por qué lo compras si lo puedes hacer tú misma? Y ahí está el detalle jóvenes, siempre he creído que no podía. Pero vivir en el extranjero me ha demostrado que no soy únicamente lo que mi cultura dice que soy. Si los nativos cara pálida pueden, yo también puedo, y sin pertenecer al 100 % a esta sociedad. ¿Mi superpoder? Soy emigrante.