Teología de prostíbulo

«Somos hijas del gran Rey», «yo oro todos los días para que Dios me proteja y me bendiga en mi trabajo», «yo escucho a la pastora fulanita», «yo soy muy devota de la virgen menganita», «yo juego a la lotería todas las semanas y le pido a Dios que me gane algo para salir de aquí y pueda regresar a casa con suficiente dinero…» «yo necesitaba un trabajo y Dios me abrió esta puerta».

Estas y otras frases «piadosas » he escuchado en lugares carentes de moral, de boca de mujeres que se esconden detrás de sonrisas y maquillaje a granel. La prostitución forzada es el resumen de una serie de fallos de instituciones a todos los niveles de la sociedad. Deficiencias (o socavones) a nivel familiar, económico, laboral, gubernamental… y eclesial.

El consumo y venta de teología barata es mortal. La prostitución forzada es un tema muy complejo que no pretendo simplificar. Las razones que llevan a estas mujeres son tan variadas como crueles, pero en mi experiencia el 90 % de las mujeres latinoamericanas dedicadas a este negocio, en algún momento de su vida, asistieron a una iglesia cristiana (católica o evangélica). Y ¿qué aprendieron? Que Dios es un ser necesitado de atención humana, dispuesto a complacer cualquier cosa a cambio de un par de oraciones o pensamientos de vez en cuando. Nadie habló del precio de seguir a Cristo, nadie mencionó nada sobre la santidad. Nadie le dijo a los padres que un hombre de verdad protege a su familia, que un buen padre se preocupa por el bienestar integral de los que viven bajo su techo. Nadie le dijo a los jóvenes varones que ofrecer algo material a cambio de favores sexuales no es correcto, que el cuerpo de una mujer no se puede comprar con smartphones o peinados de peluquería. Nadie le dijo a las madres que el cuerpo de sus hijas es sagrado y que Cristo murió en la cruz para salvar no solo el alma, por el cuerpo también. Nadie le dijo a los tíos y primos que aprovecharse de sus primas o sobrinas no es hacerlas mujeres, ellas son mujeres desde que nacieron y no necesitan probarlo.

Hace 20 años, nadie le dijo a estas mujeres que su valor como seres humanos no reside en su capacidad para satisfacer a desconocidos. Nadie les dijo que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres o a su familia. Muy pocos tienen el grado de fé de Abraham para dejar lo malo conocido para abrazar al Padre Celestial. No puedo pedirles que dejen lo que tanto les lastima para abrazar lo desconocido, lo sé. Lo que ellas escucharon y creyeron hace 10 o 20 años nos tiene a todos aquí. Me pregunto cuáles serán las consecuencias en 20 años de lo que hoy estamos enseñando.

Sé que la iglesia debería ser una alternativa de unidad y amor, algo tan atractivo como revolucionario que refleje el carácter de su fundado y den ganas de dejarlo todo y ser parte ella. Sé que las condiciones no son las óptimas, pero lo intentamos, porque no hacerlo está mal. Sé que no ser radical tiene consecuencias mortales.

Sé que la luz vino al mundo y los hombres la despreciaron, pero también sé que hay un banquete de boda al que todos están invitados, aunque muchos no lo sepan.

¿Cuánto cuesta salvar un alma?

Turismo sexual, tráfico de personas o esclavitud infantil, son realidades que preferimos ignorar y esconder debajo de la alfombra. En la mayoría de países «desarrollados» hay un agujero negro, una doble moral, donde ciertas cosas no están permitidas pero tampoco están prohibidas. La esclavitud infantil es inaceptable en nuestros países pero si pasa en otros países no pasa nada, no es nuestro problema.  El turismo sexual es algo que por supuesto sólo pasa en Asia, y de lo que pasa a 43 km. de aquí mejor no hablamos.

He decidido ayudar a una organización que lucha contra el tráfico de personas en el área donde vivo. Es una organización compuesta por voluntarios apasionados y muy profesionales en lo que hacen.  Mi trabajo es muy fácil, tengo que ir de compras.  Diferentes equipos visitan burdeles y contactan con las que ellos llaman «our precious ladies».  Aún no entiendo muy bien como funciona todo pero yo sólo tengo que ir de compras.  Compro regalos para nuestras preciosas mujeres.  El trabajo es tan extenso que terminé adoptando un burdel porque no me daría a basto comprando regalos para todos los equipos que visitan a las mujeres. Compro regalos para las mujeres de un burdel específico y trabajo sólo con un equipo, así es más fácil para todos. Tengo un presupuesto (limitado) e intento comprar cosas bonitas, baratas y que de alguna forma las haga sentir amadas, porque lo son.  Intento que los regalos digan «eres valiosa», «no pierdas la fe» o «hay alguien buscándote».

Hace un par de semanas le pedí a una amiga que me ayudara a comprar algunas cositas para nuestras preciosas mujeres, y cuando le expliqué a mi amiga de qué iba todo esto, ella me miró y me dijo «pfff tanto trabajo y recursos para rescatar a una o dos mujeres, no sé si esto vale la pena».  Ella lo estaba viendo desde una perspectiva empresarial secular: inversión grande = ganancia grande, si no hay ganancias entonces es mejor no invertir. Pero ¿quién puede ponerle precio a un alma? ¿cuántas horas, dinero o sacrificio se debe invertir en una persona antes de que se considere una pérdida de tiempo? ¿cuándo es aceptable renunciar?

¿No fue nuestra salvación algo impagable para nosotros? tanto que sólo el Hijo de Dios podía pagarla. ¿No somos el resultado de lo que nuestra familia ha invertido en nosotros? ¿no somos el legado del sacrificio de generaciones anteriores?. Y si sólo logramos rescatar a una persona ¿será todo este esfuerzo una pérdida de tiempo? Pero si fuera al contrario, ¿no desearía que alguien me buscara incansablemente hasta encontrarme?

No nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. (Gálatas 6:9)