Cuando solo me espera una casa vacía (Parte I)

Si tengo que explicar el porqué de mi estado civil, la respuesta es simple: he tomado decisiones que me han traído hasta aquí. Estoy contenta de haber tomado esas decisiones porque me gusta donde estoy, y aunque a veces me pregunto qué se sentirá tener a alguien que te espera en casa, en general estoy satisfecha.  No sólo he decidido decir que no alguna vez, también he decidido no presionar, he decidido que no era el momento, o que no quería formar parte de sus sueños. Alguna vez tuve que decidir no fingir ser alguien que no soy para gustarle a alguien, y ambos en un acuerdo sin palabras decidimos que cada uno debía seguir su camino. Supongo que he estado esperando que llegue alguien y todo «tenga sentido», no sé explicarlo de otra manera. Estoy esperando escuchar ese «click» que me diga: él y yo podemos trabajar juntos, podemos ser un buen equipo. Una vez escuché ese click, pero él decidió irse con otra y yo decidí no suplicarle que se quedara.

Cuando se hizo evidente que llegaba tarde modelo tradicional de matrimonio y de familia, decidí empezar mi proceso de duelo. Duelo porque por alguna razón esperaba que me pasara lo mismo que a todo el mundo, no quería ser la excepción. El proceso estuvo marcado por el nacimiento de los bebés de varios amigos, lo que alimentaba mi deseo de sentirme miserable.  Se me pasó por la cabeza pedirle al creador que me cauterizara el corazón, pero eso me convertiría en un zombi indolente, y tampoco era el caso.  Llegado este punto debo aclarar que el matrimonio nunca ha sido la prioridad número 1 en mi vida, es importante, sí, pero no es la razón de mi vida. Quizás por eso puedo darme el lujo de pasar por un proceso de duelo baste… flemático, sin tantos dramas.

Principio fundamental de la mente humana: la mente no se puede quedar vacía, así que para sacar algo hay que meter algo nuevo. A mí me ayudó increíblemente relacionarme con mujeres piadosas maduras.  Preparar estudios bíblicos para ellas me obligó a acercarme al texto bíblico desde otra perspectiva, y aunque jamás tocamos el tema del matrimonio, el simple hecho de poner información fresca en mi mente poco a poco fue sacando los pensamientos viejos y rancios.  ¿Cómo terminé mezclándome con mujeres blancas, casadas, que no trabajan fuera de casa? En el fondo fue una decisión. Decidí que ya estaba bien de juntarme con «chicos y chicas» que, como yo, están en pausa, como esperando a que sus vidas comiencen. Necesitaba salir de ese mundo (hasta cierto punto cómodo) y dar un paso más y meterme de lleno en el mundo de los adultos. Descubrí un mundo de mujeres que se despiertan a las 4 de la mañana por los ronquidos de sus maridos.  Descubrí que las madres muy a menudo se sienten inadecuadas e inseguras en su papel de madres. Descubrí mujeres que en ocasiones se sienten solas e incomprendidas, incluso estando acompañadas.  En definitiva, descubrí que el pasto no es más verde al otro lado de la valla.

Así como dejé entrar gente nueva a mi vida, también dejé salir a algunos.  Lamentablemente una mujer latina «solterona» no encuentra consuelo en una iglesia evangélica.  No faltan los falsos profetas que nos dicen lo que queremos oír. No falta el consejero necio que te dije que te quedes con el primero menso que se te ponga delante.  No falta la enviada del reloj biológico que te recuerda que te estás quedando sin ovarios. No falta el que disfraza de chistes comentarios hirientes que en nada te acercan a Cristo.  A ellos, los dejé fuera de este proceso.

Tuve que dejar salir otras cosas de mi vida.  La frase «Dios es soberano» me asaltaba a diestra y a siniestra, pero de eso hablamos mejor otro día.